Opinión | Noticias del Antropoceno

Muertos S.L.

Muertos S.L.

Muertos S.L. / L.O.

MovistarPlus ha estrenado estos días una serie con el titular que encabeza hoy esta columna. El reparto está liderado por el actor cómico Carlos Areces, el mítico ‘bonico del tó’ de Muchachada Nui, y cuenta con un elenco de actores bregados en la comedia española de los últimos años, del que pocos —tengo que confesarlo— son de mi gusto. En todo caso, hay que alabar la valentía de guionistas, director y productores a la hora de afrontar un tema tan delicado como es el de la muerte, e intentar hacerlo en un tono de humor que por momentos cae en lo ridículo y deprimente. 

Ante la eterna discusión de lo que diferencia a los humanos del resto de los animales, con rasgos que se difuminan con cada estudio científico, lo del enterramiento parece ser lo definitivo: los animales se pueden entristecer de la muerte de un semejante, pero no se conoce ninguna especie que los entierre. Y como cada cosa que engrosa el comportamiento colectivo en una sociedad compleja, lo del enterramiento ha adquirido una estructura económica que, por tocar tema tan sensible y trascendente, no deja de ser simultáneamente un poco pedestre e incluso rastrero. 

Poca gente tiene conciencia de la guerra que los delegados de las grandes compañías funerarias en Cartagena se declararon mutuamente a principio de los años ochenta con el asunto de los tanatorios. Hasta tal punto llegó la competencia por el negocio funerario local, que Cartagena llegó a contar con tres tanatorios de postín cuando en Murcia, con mucha mayor población, solo había uno. 

De las confidencias de un amigo funerario, recuerdo historias muy jugosas, como cuando me contó que acababa de felicitar a un empleado suyo por trocar con éxito una caja de gran valor de un traslado de Alicante por una de menor valor de su stock de féretros y algo de dinero. No quiero imaginarme el trasiego al que dio lugar tal intercambio, y los beneficios económicos que le reportó a mi amigo, por lo feliz que parecía. 

También le preocupaba en cierta manera a mi amigo que el bar de su Tanatorio se hubiera convertido en un afterhours para muchos juerguistas de la ciudad, que recalaban allí como último lugar abierto donde tomar una copa. Y digo en cierta manera porque la buena noticia es que el bar resultaba, por esa circunstancia, un excelente negocio.

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