Opinión | Allegro Agitato

Tiempo de pasión

Haydn, en sus cartas, explicó lo peculiar del encargo y la dificultad que entrañaba: «no fue tarea fácil componer siete adagios de unos diez minutos de duración, sucediéndose uno tras otro sin cansar al oyente; en verdad, lo consideré casi imposible»

'Cristo crucificado'. Francisco de Goya (1780). Óleo sobre lienzo. Museo del Prado. Madrid

'Cristo crucificado'. Francisco de Goya (1780). Óleo sobre lienzo. Museo del Prado. Madrid

Son realmente excepcionales las obras de música religiosa que están concebidas exclusivamente como música puramente instrumental. La más conocida de todas ellas tiene un origen remoto en Perú, y la creó un compositor austriaco para ser interpretada en un pequeño oratorio de Cádiz.

El padre Alonso Mesía ideó la Devoción de las Tres Horas de la Agonía de Cristo a principios del siglo XVIII en Lima, como una celebración litúrgica para el Viernes Santo que combinara textos sagrados, reflexiones y música, de forma que se hiciera amena para sus feligreses. Los textos correspondían a ‘Las siete últimas palabras de Cristo’. Su éxito fue tal que en pocos años la devoción se extendió por toda la Americana hispana. El padre Mesía falleció en 1732, pero hacia mediados de siglo esta liturgia había atravesado el Atlántico y se había editado en Sevilla.

José Sáenz de Santamaría bien pudiera haberla conocido cuando llegó a Cádiz en 1750, procedente de México, donde su familia había acumulado una fortuna procedente del comercio. Cádiz era el puerto a las Américas y una de las ciudades más ricas de España, a la que la presencia de extranjeros trajo el gusto por la arquitectura y la ópera, y la difusión de ideas ilustradas. Sáenz de Santamaría, ordenado sacerdote, asumió en 1771 la dirección espiritual de la Hermandad de la Santa Cueva, cuyos miembros se reunían en la capilla subterránea de la parroquia del Rosario. En 1778 el rey Carlos III elevó la familia a la nobleza al otorgarle el marquesado de Valde-Íñigo, que recibió su sobrino. Tras el pronto fallecimiento de este, sin descendencia, y tras un litigio, el título, dinero y propiedades recayeron sobre su tío, que pronto lo aprovechó para construir un oratorio. Todavía pasarían años hasta que en 1796 se concluyera el proyecto con dos iglesias de planta elíptica superpuestas: una capilla baja, de la Pasión de Cristo, dedicada a la meditación, y otra alta consagrada al Santísimo Sacramento. 

No escatimó gastos en arquitectos, escultores o pintores, incluyendo al mismísimo Francisco de Goya.

En 1783 ya estaba concluida la capilla inferior, oscura y de carácter austero, para la que Sáenz adquirió un grupo escultórico del Calvario, obra de González, Gandolfo y Vaccaro. No contento con ello, quiso dedicar al templo una pieza musical que acompañara la predicación de las ‘Palabras’. El Marqués del Mérito recomendó y realizó la gestión de contratar en 1785 a Joseph Haydn, que era el compositor más importante de la época.

Haydn, en sus cartas, explicó lo peculiar del encargo y la dificultad que entrañaba: «no fue tarea fácil componer siete adagios de unos diez minutos de duración, sucediéndose uno tras otro sin cansar al oyente; en verdad, lo consideré casi imposible». Además de los medios compositivos más o menos habituales, Haydn utilizó siete tonalidades distintas, anticipándose cuarenta años a Beethoven con este procedimiento.

La Musica istrumentale sopra la sette parole del Nostro Redentore in croce posiblemente se estrenara el Viernes Santo de 1786, en la Santa Cueva de Cádiz, y el año siguiente en Viena. 

La versión original de la obra estaba concebida para una orquesta muy completa, por lo que ha llegado a ser puesto en duda que se pudiera interpretar en un espacio tan reducido. Se componía de siete sonatas, en el sentido de piezas instrumentales, a las que Haydn añadió una introducción y un final sorprendente, ‘El terremoto’, muy agitado y con un gran contraste sonoro. En la versión que hizo posteriormente para cuarteto de cuerda incluyó las palabras en latín en las primeras notas del violín primero, por lo que es bastante probable que cada tema se ajustara ya inicialmente a cada texto.

Para aprovechar el éxito obtenido, la editorial Artaria publicó en 1787 dos versiones más: una para cuarteto de cuerda del mismo Haydn, y otra para piano de mano desconocida, pero que el autor calificó como «preparada con gran esmero». Previamente, Haydn se había encargado de distribuir copias manuscritas que circularon con gran velocidad por toda Europa.

Esta no fue la última adaptación. En 1792, Joseph Fribert, maestro de capilla en Passau, realizó una versión cantada con un texto en alemán escrito por él mismo, usando versos del poeta Karl W. Ramler. Haydn la escuchó y le gustó la idea, pero pensó que era muy mejorable. Preparó su propia versión coral en 1796, ayudado por el barón Gottfried van Swieten, quien revisó los textos. Haydn convirtió las palabras recitadas antes de cada sonata en corales y añadió un interludio interpretado exclusivamente por un grupo de viento.

De todas las versiones, la de cuarteto de cuerda es sin duda la más interpretada hoy en día. Cuando no puede ser interpretada en una iglesia con lecturas y reflexiones, en ocasiones se intenta evocar el formato del estreno, con versos que reemplazan a las palabras o proyecciones que imitan el entorno original.

Además de gastar parte de su fortuna en el Oratorio de la Santa Cueva, Sáenz de Santamaría fue una persona extremadamente generosa con todos los necesitados. Falleció con fama de santidad en 1804 y sus restos se encuentran actualmente en el vestíbulo del Oratorio. Hasta allí llegan, cada Viernes Santo a medio día, provenientes de la capilla baja, los sonidos de un cuarteto interpretando ‘Las siete palabras’ que Haydn compuso para él.

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