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André Ventura: El aguafiestas de las bodas de oro

André Ventura, líder de la ultraderecha, tras ser recibido por el presidente portugués.

André Ventura, líder de la ultraderecha, tras ser recibido por el presidente portugués. / Pedro Nunes / Reuters

Todo está preparado. Enmarcadas, unas portadas en blanco y negro recuerdan la conmemoración. Aquel año, el color aún no había llegado a las rotativas, pero la realidad estallaba en rojo. No de sangre, no. Precisamente, lo que quedó para la historia es que no se derramó ni una gota. El rojo era de vida y futuro. Flor gana a fusil. Claveles, claro. Miles de claveles rojos. ¿Celebramos una boda de oro? De algún modo, así podría llamarse. Un compromiso, un anhelado y festivo «Sí quiero» a la democracia. Falta poco más de un mes. El 25 de abril se celebra el 50º aniversario de la Revolución de los Claveles. Un pacífico golpe militar que derrumbó en pocas horas a una cochambrosa dictadura que ya sumaba 48 años. Mientras del pasado nos llega un eco de esperanza, el presente parece mirar a tiempos pretéritos. El partido de extrema derecha Chega acaba de protagonizar un avance meteórico. Superado el millón de votos, consolidado en tercera posición, ya es decisivo en Portugal.

André Ventura (Lisboa, 1983) es el aguafiestas de la conmemoración. En 2019 era el único diputado de su partido en el Parlamento portugués, el primer ultraderechista desde 1974. En 2022, Chega ya sumó 12 diputados. Hoy, aún con los últimos recuentos del voto exterior, parece haber alcanzado los 50 diputados. 

Ventura se eleva como el líder indiscutible, como el personaje que ha sabido conectar con las preocupaciones de una buena parte del electorado: nóminas que no dan para llegar a fin de mes, precios de la vivienda disparados o una sanidad pública en crisis. ¿Les suena? Los problemas de Portugal no son únicos, como tampoco lo es el argumentario que la ultraderecha ofrece para captar el descontento. Tan irresistible comunicativamente como ineficaz y perverso en su implantación.

Limpiar Portugal fue el lema de campaña. Y ahí está todo. Reducir a los adversarios políticos a una élite siempre corrupta, señalar a los migrantes como la invasión que quita el bienestar a los de aquí, exaltar el mundo de ayer como un tiempo en el que los trenes funcionaban y había trabajo para todos, alimentar el miedo y agitar el odio. Este es el manual que comparten los compañeros de aventura de Ventura. Desde Santiago Abascal en España a Jair Bolsonaro en Brasil, Viktor Orbán en Hungría o Matteo Salvini en Italia. 

Su infantería es un ejército de troles que descalifica cualquier voz crítica en las redes y seduce a los más jóvenes. 

El algoritmo es su mejor aliado.

Estrella de la televisión

Ventura fue seminarista y, a pesar de que abandonó la sotana, declara tener «una inmensa estima por el Opus Dei». De hecho, sus creencias religiosas parecen más firmes que las políticas. Si hay algo indiscutible es su querencia a los focos. Después de estudiar Derecho -con un Erasmus en Salamanca- y doctorarse en la Universidad de Cork (Irlanda), pronto se convirtió en una estrella de la televisión. Como comentarista deportivo desplegó sus dotes carismáticos. Lo suyo era presentarse como un fanático seguidor del Benfica. Dominaba la contundencia del lenguaje, buscaba la confrontación y vestía de un modo impecable. Y del fútbol saltó a la política. Con las mismas dotes, aunque sin problemas para cambiar de camiseta. 

Debutó en el Partido Social Demócrata, de centroderecha. Se postuló como candidato a las elecciones locales y aprovechó la plataforma política para agitar el escenario con sus diatribas a la comunidad gitana. Los trató de delincuentes, de okupas y de saquear el sistema de bienestar social. Sus comentarios provocaron una condena generalizada, le llevaron a abandonar el partido, pero despertó el entusiasmo de un reducto de votantes. ¡Ay, ese excitante aroma a racismo! No hay nada como señalar un enemigo y hacerle culpable de todos los males. Si es una comunidad estigmatizada, mucho mejor. Así empezó Chega.

Ventura es el político que ha ido modulando el discurso para ampliar su base electoral. El que ha defendido la eliminación del Ministerio de Educación, el desmantelamiento del sistema sanitario público, la cadena perpetua o la castración química para pedófilos o violadores. El líder que alienta el odio hacia el inmigrante. Y, también, el que resucitó el lema del dictador Salazar, «Deus, Pátria e Família», añadiéndole la palabra trabajo. El próximo 25 de abril, la democracia portuguesa celebrará su 50º aniversario y el riesgo de su desgaste es angustiosamente real. Esta vez, los claveles serán un grito de alerta y resistencia. 

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