Opinión | Lo veo así

Leyes difíciles de entender

Una ley no puede servir para ser objeto de burla por quienes no creen en el Estado de derecho

Siempre habíamos entendido la transexualidad como aquello que habla de una persona que «mediante tratamiento hormonal e intervención quirúrgica adquiere caracteres sexuales del sexo opuesto». Y eso se conseguía después de una gran lucha, de un duro camino recorrido, muchas veces ante la incomprensión de su propia familia y, en la mayoría de los casos, ante el rechazo de una parte de esta sociedad que no deja de sorprendernos.

Con la Ley de 2007, que hacía posible cambiar el sexo legal en España, el Estado exigía dos requisitos imprescindibles: acreditar un diagnóstico médico de disforia de género (es la «sensación de incomodidad o angustia que pueden sentir las personas cuya identidad de género difiere del sexo asignado al nacer o de las características físicas relacionadas con el sexo»), y dos años de hormonación. En cambio, la nueva Ley Trans, de 28 de febrero del pasado 2023, ya no exige lo apuntado anteriormente, e introduce la autodeterminación de género en el ordenamiento jurídico español, de forma que para modificar el sexo legal, el Estado ya no pide requisitos patologizantes. Y tenemos la sensación de que esta Ley ha servido para poner de manifiesto el extraño comportamiento de algunos componentes de esta sociedad, que es capaz de reírse de algo tan traumatizante como debe de ser la decisión de someterse a un tratamiento de cambio de sexo.

Hace unos días, miraba la tele. Veía a un señor con pinta de ‘muy señor’, con poblada barba y una sonrisa a medio florecer en sus labios ante lo bien que se lo estaba pasando en el programa que le invitó. Estaba ocupando un lugar en un espacio importante de la tele, no porque haya investigado, no es investigador. No porque haya hecho una película, no es actor. No porque sea escritor, no lo es. Él estaba allí, un cabo del Ejército, porque un día decidió que ha dejado de ser Roberto, ahora es doña Roberta, o así le llamaban con cierta sorna los, y las invitadas, del programa. Y estaba allí porque, dice, sentirse mujer. Este cabo del Ejército se ha acogido a la Ley Trans para modificar su consideración en el registro como mujer. Asegura que se encuadra como una persona bigénero intersexual, pero, por supuesto, no está dispuesto a someterse a ningún tratamiento médico para hacer posible esa condición que él dice tener de mujer.

Y el tema me interesó, así es que, al día siguiente, volví de nuevo al mismo espacio para encontrarme con otro señor, también de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, con la misma pinta de ‘pelo en el pecho’ que el anterior y que, para sorpresa de todos, aparecía acompañado de su esposa (vaya papelito que interpretó la señora), hablando los dos, casi al unísono, de que no se sometía a tratamiento hormonal porque temían las contraindicaciones. Así mismo, nada de hormonarse, no vaya a ser que perdiera esa parte de virilidad que lucía, pero si se declaraba mujer, pero lesbiana (tenía que justificar la presencia de su ‘santa’), así es que se ha convertido en Francisca Javier. Un exmilitar y exagente de la Guardia Civil que forma parte de un grupo de funcionarios de Ceuta que han registrado su cambio de sexo manteniendo, o variando ligeramente, su nombre masculino y que aprovechaba la ocasión para intentar colocar un discurso machista sobre las, según el personaje, miles de denuncias falsas que presentan las mujeres españolas contra sus parejas acusándoles de maltrato de género.

Y, viendo este sin sentido, solo se me ocurre pensar en la falta de consistencia que se avista en una ley que, como la del ‘No es no’, parece tener los ‘pies de barro’. Tiene tantas lagunas que solo sirve para dejar en evidencia a los legisladores.

Una ley no puede servir para ser objeto de burla por quienes no creen en el Estado de derecho.

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