Opinión | Lo veo así

El catastrofismo de Antelo

El vicepresidente del Gobierno autonómico hablaba días atrás, tras un asalto a una gasolinera, de no sé que aumento de la criminalidad en la Región y sobre todo, de lo muy transgresores que son los inmigrantes

El vicepresidente del Gobierno de la Región de Murcia, José Ángel Antelo, reunido con el secretario general del sindicato Solidaridad, Rodrigo Alonso.

El vicepresidente del Gobierno de la Región de Murcia, José Ángel Antelo, reunido con el secretario general del sindicato Solidaridad, Rodrigo Alonso. / CARM

Los políticos de uno y otro signo (unos más que otros) no dejan de asombrarnos con sus, muchas veces, peregrinas ideas y decisiones. Así, hace unos días, asistíamos pasmados a una ‘reunión en la cumbre’, que llevaban a cabo el vicepresidente del Gobierno de la Región de Murcia, José Ángel Antelo, de Vox, con Rodrigo Alonso, secretario general del Sindicato Solidaridad (sindicato estrechamente unido a ese partido), para analizar, según contaban ellos, la situación de inseguridad en algunos barrios de la ciudad de Murcia, concretamente en San Andrés y en El Carmen.

Al finalizar el encuentro, al parecer, el sindicato trasladaba al Gobierno regional la situación de los trabajadores de seguridad privada que prestan sus servicios en la estación de autobuses de San Andrés y en la estación de ferrocarril del Carmen, porque, según este sindicalista de nuevo cuño, en estas estaciones es «una constante el aumento de actos delictivos». Y teniendo en cuenta que Antelo parece estar obsesionado con la inseguridad que, según él, se vive en «estos dos puntos estratégicos de la ciudad», también mostró su enorme preocupación porque «ha llegado a un extremo que es bastante alarmante», exigiendo «reforzar la presencia policial en las estaciones de bus y en la estación de tren de Murcia».

Todo esto nos hace pensar en que la obsesión por la seguridad de este personaje es digna de estudio, porque no hay datos que justifiquen esta paranoia: España es, estadísticamente, uno de los 30 países más seguros del mundo, de acuerdo con los datos del Global Peace Index, y figura en el número 16 entre los 48 estados europeos. Así es que intentar convertir Murcia en un estado policial no parece tener mucho sentido.

Pues bien, pese a estos datos, que deberían de transmitir tranquilidad, el vicepresidente del Gobierno autonómico hablaba días atrás, tras un asalto a una gasolinera, de no sé que aumento de la criminalidad en la Región y sobre todo, de lo muy transgresores que son los inmigrantes. Un discurso que roza el racismo, al culpar a los extranjeros (a los extranjeros pobres, no a los ricos), de todos los males del mundo mundial. Un discurso altamente peligroso y un pelín inconsciente, porque, de todos los países de la UE, la población de España es la que más ha envejecido en la última década, al pasar de una media de 40,8 años en 2012 a 44,7 en 2021, lo que supone un incremento de 3,9 años en apenas un decenio, según datos de Eurostat, la oficina comunitaria de estadística.

Es decir, este país necesita de mano de obra joven, de fuera, que haga esos trabajos que, cada vez más, los españoles no están queriendo hacer: el cuidado de mayores, la limpieza de las casas, de las oficinas, de los hospitales. Los trabajos más duros en el campo, en las obras públicas, en la albañilería...

Al parecer, para Vox, todos los que llegan en patera en busca de un mundo mejor son potenciales terroristas. Y yo me acuerdo de los terroristas que llevaron a cabo el atentado de las torres gemelas, en Nueva York, pongamos por caso. La mayoría de ellos universitarios, algunos pilotos. En gran medida, lo que calificaríamos de ‘chicos bien’. No, no me creo que los terroristas nos lleguen en pateras, con el peligro de quedarse en el mar. No, viajan en avión.

En la década de los sesenta y setenta, los españoles de Andalucía, de Murcia, de Extremadura, de Castilla-La Mancha, entre otros, subían a trenes desvencijados, con humildes maletas de madera atadas con cuerdas, y viajaban a Alemania, a Suiza y a Francia, donde eran recibidos en las estaciones con el mismo desprecio con el que hoy gentes como Antelo reciben a quienes vienen en busca de alguna esperanza.

Despreciarles, más que por su procedencia, por su clase social, es vergonzoso.

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