Opinión | Luces de la ciudad

El olor de los recuerdos

Esta amalgama de sensaciones es la causante de que evoque nuevos recuerdos de mi niñez, a través del olor de esas emociones que fui experimentando a medida que iba creciendo y enfrentándome a nuevas experiencias

Jess Bailey

Jess Bailey / Unsplash

Esta mañana me he encontrado al paso una de esas papelerías que se dedican a vender exclusivamente material escolar, como las de antaño, y no he podido resistir la tentación de entrar. Realmente, no necesitaba comprar nada, pero es uno de esos establecimientos por los que siempre he sentido una debilidad especial y cuyo olor particular consigue transportarme de inmediato a momentos muy concretos de mi infancia.

En el interior de la papelería se hallan, impasibles al paso del tiempo y perfectamente alineados en sus estantes, bolígrafos de todo tipo, lápices de distinto grosor, gomas de borrar, mapas políticos y físicos, ceras de colores, cuadernos de diferentes tamaños, etc. 

Inhalo con fuerza para invocar el olor de mi niñez e impregnarme de él, aunque solo sea por unos segundos. Y llega, llega ese olor a colegio, a madera de pupitre, a lápiz recién afilado, a tiza, a libros nuevos y a chorizo Revilla del bocadillo que espera paciente en la cartera hasta la hora del recreo.

No me resulta difícil retener estos olores y, con ellos, como si de un efecto llamada se tratara, surgen también otros de carácter más familiar: el olor a pastillas de jabón en los cajones de mi madre, al pan con chocolate de la merienda, a los zapatos Gorila antes de estrenar, a café recién hecho por las mañanas en casa de mi abuela, a juguetes nuevos el Día de Reyes, a castañas asadas al pasar por la esquina de la calle Cristal en otoño, o al olor embriagador a libro viejo de la antigua biblioteca, ubicada en una de las esquinas del Teatro Guerra.

Llegado a este punto, como en una coctelera bien agitada, se mezclan en mi mente olores, recuerdos y emociones hasta llegar a confundirse unos con otros. Esas mismas emociones que dicen son reguladas por el sentido del olfato, al parecer, de los cinco, el más vinculado a la memoria. Y casi con total seguridad, diría que esta amalgama de sensaciones es la causante de que evoque nuevos recuerdos de mi niñez, esta vez, a través del olor de esas emociones que fui experimentando a medida que iba creciendo y enfrentándome a nuevas experiencias.

Y entonces, huelo la alegría de mi infancia, la diversión cuando jugaba con mis amigos al escondite en la plazoleta del residencial o al futbol en el descampado, y al entusiasmo cuando ganaba una partida de chapas o de canicas. Pero huelo también la tristeza producida por la pérdida de algo o alguien querido, por los momentos de soledad y melancolía, por la decepción de una promesa incumplida. Huelo el miedo ante lo desconocido, a la oscuridad del dormitorio en las noches en vela. Huelo la frustración por no conseguir siempre lo que quería y el enfado ante la sensación de injusticia, y huelo la sorpresa que suponían para mí los regalos inesperados, los viajes repentinos o los encuentros inusuales.

-¿Desea usted algo? -la voz amable de la señora que atiende la papelería consigue hacerme regresar de esa especie de viaje astral en el que estaba inmerso.

Finalmente, salgo del establecimiento con tres blocs de notas, una caja de rotuladores de colores y dos pastillas de plastilina a modo de pago por la experiencia terapéutica vivida, pero, además, con el convencimiento absoluto de aprovechar cualquier oportunidad que me permita disfrutar, una vez más, de estas sensaciones evocadoras que afloran a través de un olor profundo y personal que impregna por completo nuestras vidas, el olor de los recuerdos.

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