Noticias del Antropoceno

Gracias, Dios mío, por no haberme hecho mujer

Se acabaron las incipientes discusiones sobre si la mujer  también tenía un alma completa o si dos mujeres compartían una misma alma

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Cada varón judío como parte de su oración diaria, recita: «Bendito eres tú, Señor nuestro Dios, soberano del Universo, que no me has hecho mujer». Antes de eso también bendice a Dios por no haberlo hecho «gentil» y «esclavo». No sé qué opinará la Torah sobre ser partidario del Real o del Atlético. Para quienes les quepa duda alguna de que la religión judía se teje con los mimbres de la superioridad del macho más acendrada, le bastará revisitar también el pasaje de La Vida de Brian en que las mujeres se disfrazan de varón, puesto que les estaba prohibido participar en las lapidaciones.

Afortunadamente, la figura de la mujer, más allá de la Eva pecadora y mero instrumento de reproducción en el origen de la Humanidad según el Antiguo Testamento, fue rescatada al mismo tiempo que Adán por el Evangelio cristiano transformado en elemento radical de humanización por Pablo de Tarso. San Pablo recogió la herencia filosófica grecorromana, reivindicó el poder salvífico de la Gracia Divina y la estableció como factor radicalmente igualador del alma humana.

Fue la Teología tomista medieval, seguida por la elaboración ilustrada, la que fue sacando progresivamente las consecuencias de la doctrina paulina para la identidad individual. Se acabaron las incipientes discusiones sobre si la mujer también tenía un alma completa o si dos mujeres compartían una misma alma. Cuando se forjaron las instituciones democráticas siglos después, nadie se preocupó excesivamente por asimilar el derecho de voto de las mujeres a los hombres, tal ha sido y tan profunda la constante discriminación de la mujer respecto al ciudadano varón. Solo la liberación de la maternidad obligada y el acceso al trabajo en progresiva igualdad de condiciones con el hombre, está siendo finalmente capaz de desencadenar la potencialidad creativa y productiva, que no reproductiva, de la mujer. Entretanto, en el entorno espiritual donde se forjó esa igualdad sigue estando relegada y discriminada. Bendita sea la Iglesia católica, donde no se enteran de la misa la mitad. 

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