Luces de la ciudad

Y del amor ¿qué? ¿se sabe algo?

Como no soy muy dado a celebrar obligatoriamente festividades prefijadas en el calendario, y además me considero una persona ‘bienpensada’, supondré que todo aquello que tenemos que demostrar a nuestros amados/as ya lo hacemos a lo largo de todo el año

Jacqueline Brandwayn / Unsplash

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Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

Hace unos días me llamó la atención una pareja que paseaba por una de las plazas de la ciudad. Iban cogidos de la cintura y en silencio, pero se miraban fijamente uno al otro sin dejar de caminar (menos mal que la plaza era diáfana). A pesar de la distancia, pude apreciar el brillo de sus ojos y pensé, sin lugar a dudas, que estaban perdidamente enamorados.

Y hoy, víspera de San Valentín, los he recordado pensando que bien podrían ser una de esas parejas de enamorados que casaba en secreto, por estar prohibido, aquel sacerdote llamado Valentín, allá por el siglo III en la Antigua Roma, motivo por el cual, según cuenta la historia o la leyenda, fue apresado y ejecutado el 14 de febrero por orden del emperador Claudio II. Siglos más tarde, el religioso fue elevado a los altares y el papa Gelasio I declaró esta fecha como el día de San Valentín.

Sin embargo, no fue hasta mediados del siglo XX cuando este día comenzó a celebrarse en España como el Día de los enamorados, promovido, al parecer, por los grandes almacenes Galerías Preciados, claro está, con la intención de incentivar la compra de regalos.

El periodista y escritor Cesar González-Ruano en uno de sus artículos, publicado en 1948 en el diario Madrid, destacaba el hecho diferencial entre llamarse Día de los enamorados y no ‘de los novios’. Entiendo que con la intención de dar una mayor dimensión a su celebración.

Porque claro, si nos acogiéramos a la literalidad del término, probablemente todos estaríamos enamorados de alguien o de algo. Enamorado de tu pareja, de la naturaleza, de tu perro, de tu profesión…, enamorado de la moda juvenil, enamorado de ti… Sí, llevan razón, para estos casos ya existen días específicos dedicados internacionalmente a ellos, por tanto, me centraré en el amor, a veces recóndito, que profesamos al prójimo y en particular a nuestras medias naranjas.

Como no soy muy dado a celebrar obligatoriamente festividades prefijadas en el calendario, salvo las estrictamente inevitables, y además, me considero una persona ‘bienpensada’, supondré, aunque sea mucho suponer, que todo aquello que tenemos que demostrar a nuestros amados/as ya lo hacemos a lo largo de todo el año, de manera que, este día tan especial para muchos e intrascendente para otros, se convierte en un acto de redención donde, precisamente, el amor queda relegado en favor de los regalos.

Llegado el momento, cada cual habrá elegido la que considere mejor opción para afrontar con éxito esta celebración, aunque nunca está asegurado por más empeño que pongas. Unos se hacen el muerto y dejan pasar el día como si fuera uno más, rezando para que su pareja no aparezca de repente con un regalo sorpresa. Otros recurren a los clásicos: una rosa, una joya o una cenita romántica con sus velas y todo incluidas. Y los más osados muestran músculo y tiran la casa por la ventana añadiendo a los presentes ya mencionados un viaje deseado desde tiempo atrás y estancia en un alojamiento especial, vamos, el pack completo, pese a que cueste un ojo de la cara.

En fin, y una vez medido nuestro nivel en esto de las cosas del querer, con base en el valor u originalidad de los regalos, y habernos ganado el cielo por un día, del amor ¿qué? ¿se sabe algo?

P.D. Feliz cumpleaños Enzo y gracias por iluminarnos estos siete años de vida con tu luz radiante, tu simpatía desbordante y tu amor incondicional.

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