Café con moka

Poderosa hija mía

Mónica López Abellán

Mónica López Abellán

Recogida en mis brazos, como en cada una de tus 365 noches de vida y en prácticamente cada uno de tus sueños, llegas al año, mi pequeña Julia. Ha sido un tiempo de intenso aprendizaje. Y es que aun siendo tú la segunda yo he sido primeriza en tanto.

Te di a luz de forma completamente natural sintiendo, por primera vez, como me rompía yo para recibirte. Me enamoré de ti en aquellos largos días de hospital, entre llantos (míos) y destellos fluorescentes; para volverme a romper, un poco más tarde, esta vez por dentro. 

Me superó el amor y la intensidad de tu apego. No éramos dos, fuimos una sola durante mucho tiempo. Y quedé un tanto perdida en aquella nueva definición de mi ser, de mi cuerpo.

Pero también viniste a recomponerme. A remendarme más segura, más valiente y más fuerte. Me enseñaste a parar, para descubrir el verdadero sentido del tiempo; para entender la productividad del sosiego y la quietud. Para dar valor al silencio.

Silencio que duró poco y llenaste con tus risas y silabeos.

Julia eres algarabía, enredo y estruendo. Alegría y dulzura, al mismo tiempo. Con esa peculiar forma de sonreír con toda la cara; entornando tus ojos, abriendo la boca grande y con las bonitas muecas que se forman en tus mejillas: tus hoyuelos.

Con la personalidad y el carácter que imprimes a cada uno de tus gestos has tomado posiciones en un frente que creímos tan cerrado y que, paradójicamente, ahora parece que nunca estuvo, sin ti, completo.

Con esa chispa que tienen tus ojos, encendidos y admirados; porque así afrontas la vida, con sorpresa y asombro. Y así has ido creciendo, sin querer cerrarlos demasiado tiempo por miedo a perderte algo. Tus párpados, beligerantes y vigías, bajan la guardia sólo en mi regazo cuando de soslayo me divisas al mamar y te dejas vencer por el sueño.

Y, aunque tu ímpetu y ardor me resulte -a ratitos- agotador e imprudente, aunque me admire a la par que asuste, te quiero así: amante de la intensidad, «disfrutona» y rebelde. Quiero seguir viéndote bailar, ajena a los límites que nadie quiera imponerte y a los miedos que algún día tratarán de frenarte. Poderosa, hija mía.

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