Noticias del Antropoceno

El Patronato del Sagrado Corazón de Jesús

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Más conocido como El Patronato a secas y el alma mater de mis estudios de primaria, una vez graduado en la escuela infantil (más conocida popularmente como ‘los cagones’) que, dada mi residencia entonces, tenía su ubicación en la Calle Labardiza de Santa Lucía. No sé cuantos alumnos en realidad pasaron por El Patronato, pero tengo la certeza de que debieron ser muchos, porque cada vez que he conocido a alguien que mereciera la pena conocerse de mi generación en Cartagena, en algún momento había sido alumno de tan popular institución.

El colegio estaba regido por las monjas de la Caridad, noble agrupación de la Iglesia que se distinguían por una característica vestimenta con fuerte tono de azul combinado con detalles en blanco que las hacía muy reconocibles. No sé si las seleccionaban con esa característica, pero eran mujeres fuertes y solían tener una voz estridente que ejercía en nosotros el mismo efecto que la voz de la Reverenda Madre y del príncipe Leto Atreides en la popular saga de Dune. Desde luego conseguían que movieras el culo al instante. Recuerdo que al principio yo no destacaba casi en ninguna cosa. Y lo que fue evidente desde el principio era que no estaba especialmente dotado para la gimnasia y el deporte. Ya para entonces, mi complexión tendía a lo pícnico, reforzada por los pelotazos de un sucedáneo de Quina San Clemente que me daba mi madre para que, de forma preventiva, no perdiera el apetito. 

El intento de superar mi torpeza gimnástica me llevó casi al extremo de la hospitalización, cuando di una voltereta frustrada y caí con el mentón sobre mi pecho, perdiendo al instante la respiración y evolucionando rápidamente hacia una apnea de consecuencias imprevisibles. Tampoco era un alumno en lo académico especialmente brillante, hasta que sor Teresa me sorprendió con un derechazo digno de Urtain al equivocar una respuesta a su pregunta. Para alcanzarnos sin aviso alguno, nos ponía alrededor de su mesa a distancia convenientemente de su brazo. Por lo que me dijeron mis compañeros, ahí perdí el conocimiento bastante rato. Pero resultó ser mano de santo. 

A partir ahí me convertí en el alumno más brillante de mi clase, y no abandoné esa posición de privilegio hasta que no egresé del instituto Isaac Peral, tras una secundaria igualmente brillante y cargada de matrículas de honor en el colegio de los Franciscanos. Caminos tiene la vida.

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