Noticias del Antropoceno

El baúl de los inventos abandonados

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Cada día que pasa, mi despacho se parece más y más al Museo Smithsoniano en Washintong DC donde se exhiben los inventos de la era de la comunicación, empezando por los primeros televisores de tubo, continuando con los famosos Macinstosh, que en esos momentos de los inicios de la década de los noventa ya eran historia y terminando con los ordenadores portátiles y los modem, lo más avanzado tecnológicamente de la época.

Pues bien, como si las estanterías de un museo se tratara, guardo aún, más que nada por apego sentimental, un proyector de diapositivas, algunos móviles ‘tontos’ sin conexión a internet ni apps de ningún tipo, un ipod de 60GB que sigue guardando centenares de CDs que en algún momento tuve la paciencia de digitalizar y almacenar, o incluso los propios CDs y sus fundas, que también van cogiendo polvo día a día en las estanterías, su función sustituida con grandes ventajas funcionales por la correspondiente susbscripción a Spotify. 

Por supuesto que conservo también un estupendo plato Marantz para reproducir los vinilos que hace décadas almacené y que siguen intactos tras otras tantas décadas suplantados por los susodichos CDs. Todo esto acompañado por un rack de sonido estereofónico con su pletina de cassettes y sus correspondientes y potentes altavoces, dignos de una fiesta playera sin restricciones vecinales y, para el caso, morales. Y podría añadir a todo esto una unidad externa de CDs que ya no sirve para nada porque Apple es una compañía tecnológica experta en hacer obsoleto todo su hardware anterior a base de cambios de conexiones y actualizaciones de software que vampirizan el espacio del disco duro disponible cuando te compras un ordenador nuevo. ¡Ah! y un curioso escáner de mano que traduce textos del español al inglés, eso sí, con un vocabulario muy limitado.

Sic transit gloria mundi, que diría el clásico latino y que se puede aplicar a pies juntillas a todo el aparataje tecnológico que los inventores y fabricantes nos van proponiendo uno tras otro provistos todos ellos de un adecuado programa de obsolescencia tecnológica. La vida pasa y los artilugios se quedan ahí, como recuerdos indelebles de lo que un día nos sorprendió y al otro dimos por hecho para buscar la siguiente novedad. 

Llegados a este punto, me dan ganas de preguntarle a Alexa si ella también envejecerá y pasará al recuerdo como tantos otros amores tecnológicos de mi juventud.

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