Parece una tontería

Un regalo redondo

Juan Tallón

Juan Tallón

No es fácil sorprender a alguien con un regalo; para bien, quiero decir. A mí, de hecho, me gusta usar la palabra imposible, que posee otro alcance. Puede resultar tan penosa la búsqueda de un buen regalo que a menudo, para dejar de sentirte afligido, un regalo malo, que al día siguiente pueda cambiarse por otro, te parece una salida interesantísima. Regalar cosas absurdas representa una de las cimas más extrañas de la humanidad. Pasa constantemente. No sabes no hacerlo. Te consuelas pensando que un regalo, aunque carezca de sentido, siempre es un regalo. ¿Quién va a decir, en el momento de recibirlo, que es una porquería, y que no lo quiere, y que te lo metas por ahí? En muchas familias, para conjurar este fantasma, optamos por preguntarnos unos a otros qué nos gustaría recibir. Es una indirecta poco célebre. La vida nos ha ido demostrando hasta qué punto puede volverse desagradable el efecto sorpresa. A veces, ni preguntando acertamos.

Se pueden regalar millones de cosas, seguramente, pero cuando te paras a pensar en ellas, para decidirte por la mejor, solo se te ocurren dos o tres, y que son las que ya regalaste en años anteriores. Complicado no experimentar cierta angustia. También en este caso prefiero la palabra imposible a complicado. Solo quieres dejar de sentirte mal cuando piensas en el regalo, así que cualquier idea que te rescate del estado de desesperación es bienvenida. Fue eso -la desesperación total- lo que llevó a un amigo, hace una década, a buscar el efecto sorpresa con el regalo de Reyes de su ahijado de 9 años, aficionado al fútbol, a los cromos, a los cómics de Mortadelo. Jamás había mostrado interés por la música, así que le regaló un acordeón. 

Todas las épocas son ricas en ridiculeces. Recuerdo que en tiempos de José Manuel García-Margallo como ministro de Exteriores visitó España su homólogo estadounidense, John Kerry. Se desató la locura de qué regalarle a alguien que, probablemente, tenía de todo. Lo agasajaron con una guitarra. Hay un instante en que todas las desazones son iguales, cuando empiezas a anunciar ideas y a decirte esto ya lo tiene, esto es demasiado caro, esto es muy barato, esto es feo, esto es para verano, esto parece pretencioso, esto no tiene uso, eso no lo hay en color azul, en esto no hay talla, esto se rompe el primer día, esto lo puede tomar con segundas, esto no quita el frío, esto da calor, esto no combina con nada, esto ya no se lleva, esto parece de feria, esto le hace culo gordo, esto coge pelos, esto suelta pelos. Así hasta que se te ocurre la genialidad del acordeón. 

Hacer o recibir un regalo todavía desprende para algunas personas una magia sagrada. Todos conocemos alguna, y las admiramos por ello. Tratar de imitarlas solo conduce al desaliento. Nos conformamos con ser sus opuestos y pensar que un regalo no es más un salvoconducto, gracias al recibo de compra, para cambiarlo al día siguiente por uno mejor, más cercano a lo que, en realidad, nos habría gustado que nos regalasen. El tíquet regalo, ese sí que es un regalo redondo. 

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