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Juanma Badenas: El despenalizador del nazismo

El despenalizador del nazismo demuestra que Vox no se extinguirá por excesivo, sino por folclórico, por su propensión a ejecutar una versión de Martínez el Facha con protagonistas reales

Juanma Badenas se arregla la corbata durante un pleno del Ayuntamiento de Valencia

Juanma Badenas se arregla la corbata durante un pleno del Ayuntamiento de Valencia / Biel Aliño / Efe

Matías Vallés

Matías Vallés

Cioran reprochaba a Hitler «que no hubiera ido lo suficientemente lejos»; Jean Genet ensalzaba la homosexualidad del Führer. El segundo teniente de alcalde por Vox del Ayuntamiento de Valencia, Juanma Badenas, alcanzó en noviembre la erudita conclusión de que «ser nazi no es un delito», tan cercana a una propuesta de afiliación que se sintió obligado a añadir que «nunca lo sería». A continuación se embarulló, volviendo a amparar al nazismo, porque «se debe dejar que, por el derecho a la libertad ideológica, cada uno sea lo que quiera». Salvo que quiera ser de un género diferente al prescrito a fuego por la ultraderecha moderada.

En «ser nazi no es un delito» sorprenden la necedad y la necesidad aprobatorias, no tanto en Vox como en un catedrático de Derecho Civil de la Universidad Jaume I. Dicho sea en su descargo, Badenas se presenta en los vídeos electorales como una de esas personas que parecen cargar con España sobre sus hombros. Este esfuerzo sobrehumano cursa con una lógica compresión neuronal, que puede traducirse en enunciados que serían inadmisibles en circunstancias históricas más relajadas.

Sin embargo, el anchuroso currículum de Badenas no solo anegaría dos páginas como esta, sino que sus pretensiones de gurú filosófico desbaratan su gloriosa defensa de que «ser nazi no es un delito». Tras el exabrupto, proclama liberal que «el pensamiento no delinque», salvo que se trate de raperos, independentistas y demás maleantes. Sin embargo, el colosal sistema de pensamiento que cabe definir como badenismo corrige que «en el terreno de la acción no somos tan libres». Y la condición integral de «ser nazi» implica un comportamiento acorde con dicha fe.

El asalto a la fama de este académico de la Real Academia de Ciencias de Ultramar de Bélgica, país de residencia de Puigdemont, conduce a razonar que ser atracador no es delito si no cometes un atraco, olvidando que en tal caso no eres un atracador. De nuevo, subyace la urgencia por excusar al nazismo, que no es precisamente un régimen a estrenar. «Ser nazi» es un delito en Alemania, donde pudieron comprobar sus efectos entre 1933 y 1945. Negar el Holocausto hitleriano, consustancial a dicha doctrina, también está penado en decenas de países. Claro que, visto el escoramiento de Berlín hacia posturas ultramontanas, Badenas no sería un vulgar teniente de alcalde en el motor de Europa.

La impagable producción filosófica de Badenas valora mejor que el griterío de internet su defensa de que «ser nazi no es un delito». Sostiene el catedrático que «el mismo hecho de hablar o de escribir, en sí mismo, constituye una forma de acción». En especial, si este discurso o escritura se propone desde un cargo tan sometido a la ejemplaridad como la concejalía de una gran capital. Cuando se pronuncia tolerante sobre el nazismo, el profesor está actuando, vaya si está actuando.

El drama de Feijóo

Si «ser nazi no es un delito», tampoco debe ser delito acusar a alguien de nazismo, pese a lo cual Vox se enfurece o se enfurruña cuando lo tildan de partido de ultraderecha, véase la trifulca monumental que montó Rocío Monasterio en TVE contra una periodista que le adjudicó su evidente orientación política. En conclusión, Badenas emparenta con Gabriel Le Senne, el presidente del Parlament balear con pretensiones filosóficas que el Día de la Constitución no acude al acto oficial porque se está manifestando ante la sede del PSOE. El teniente de alcalde de la capital del Turia encarna con su confusión la dimensión esperpéntica de PP/Vox.

La facundia de Badenas explica el drama de Feijóo, buscando refugio en Sánchez ante los problemas que le causa la escisión del PP llamada Vox. Si hay algo que no desea un candidato conservador es que se insinúe la legitimación del nazismo en su entorno. De ahí que la azorada alcaldesa valenciana, María José Catalá, se apresurara a desmarcarse de su teniente de alcalde, que trivializaba el nazismo para justificar las manifestaciones ante Ferraz. Además, las incursiones en la barbarie dialéctica alejan al partido de Santiago Abascal de su electorado potencial; ahí está la reducción de 52 a 33 diputados en las últimas generales.

El despenalizador del nazismo demuestra que Vox no se extinguirá por excesivo, sino por folclórico, por su propensión a ejecutar una versión de Martínez el Facha con protagonistas reales. La ultraderecha moderada aprenderá que una cosa es la tolerancia con la intolerancia que encarna, y otra cosa es votarla. Claro que también causa perplejidad comprobar que la izquierda perdió las elecciones ante gente así.

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