Error del sistema
La independencia y la decadencia
Sí, es difícil ser independentista catalán. Y, aún más difícil, creer que realmente se trabaja por su independencia cuando se la empobrece y se muestra una irreprimible ansia por dinamitar los caminos hacia su plena soberanía
Emma Riverola
No es fácil ser independentista catalán. No lo es si el objetivo final es, realmente, conseguir la independencia. Al devenir de un mundo cada vez más interconectado, se le añade la dificultad del entorno: España es un país de la Unión Europea que ocupa puestos destacados en los ránkings que miden el nivel democrático. Descartado, por obvio, el camino de las armas solo queda la vía del pacto. Y este, a medio plazo, se antoja prácticamente imposible. Pero las dificultades no deslegitiman las aspiraciones. Eso sí, la inteligencia política y la ética en la actuación dictaminan la posibilidad de avanzar en la consecución del anhelo. También miden la veracidad de la ambición.
ERC y Junts comparten el objetivo de la independencia, pero transitan por vías distintas. A pesar de los rodeos y de las piedras con las que han trufado el camino, los republicanos han optado por intervenir en la política española, tratando de recomponer la confianza quebrada y apostando por aumentar las cotas de soberanía de Catalunya. Mientras, el Junts de Puigdemont y Míriam Nogueras (hay otros Junts, parece) mantienen el juego áspero, no perdiendo la oportunidad de exhibir su desprecio a España.
En plena tormenta por la amnistía, y en la tribuna del Congreso, Nogueras decidió que era buena idea señalar con nombres y apellidos a algunos jueces relevantes tachándoles de «personajes indecentes». La misma judicatura que tendrá que interpretar y administrar la amnistía. La intervención gustó a los irredentos, por supuesto. Otra cosa es su oportunidad y, aún más, su utilidad real. Aunque, ¿cuál era su verdadero propósito?
Dos graves problemas marcan la actualidad catalana: el bajo nivel educativo reflejado en el informe PISA y la sequía que está a punto de entrar en fase de emergencia. La educación compromete el futuro del país, la sequía provocará importantes pérdidas en numerosos sectores. Ambas cuestiones nos obligan a mirar al pasado. A esa larga década durante la que se desatendió la educación y se frenaron las inversiones hídricas. A esos gobiernos presididos por Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra que tanto recurrieron a la épica, pero que, con su inacción, amenazaron con convertir a Catalunya en una reliquia ensimismada y decadente.
Sí, es difícil ser independentista catalán. Y, aún más difícil, creer que realmente se trabaja por su independencia cuando se la empobrece y se muestra una irreprimible ansia por dinamitar los caminos hacia su plena soberanía. Otra cosa es la carrera electoral.
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