Los hijos

Mientras la mitad del mundo lucha por un control global de la natalidad, la otra mitad intenta desesperadamente concebir una vida

'El ladrón de biciletas', de Cesare Zavatinni (1948)

'El ladrón de biciletas', de Cesare Zavatinni (1948)

Jutxa Ródenas

Jutxa Ródenas

Definía Saramago a los hijos como a esos seres que Dios nos prestó para hacer un curso intensivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos. ¿Qué instinto es el que nos lleva a desearlos tal como está el mundo? Nuestra condición natural, la tradición, no sé.

Las que somos madres, hayamos parido o no, tuvimos clarísimo en un determinado momento que ese era nuestro fin. Aun sabiendo que al hacerlo no quedaba otra opción que la renuncia a demasiadas cosas por obra y gracia de nuestro ‘reloj biológico inverso’. Toca bajar el ritmo en lo que a vida contemplativa acontece y reducir casi al máximo la capacidad de horas propias. Es el precio a pagar por tamaño acto. Ser madre hoy día es prácticamente una renuncia a todas las estupendas experiencias que nos ofrece el capitalismo de consumo, ¿queremos eso?

Trabaja, asciende, vive, consume, compite, disfruta... Pero no te metas en berenjenales de pañal y biberón, porque esa carga será obstáculo para darlo todo, aunque no te impedirá sentirte realizada si has meditado la decisión que marcará a fuego el resto de tu existencia. Una compañera me dijo recientemente que ella no había invertido años de estudio para formar una familia, sino para desarrollarse profesionalmente. Y no le quito ni medio gramo de razón, pero tampoco acepto ser tachada de egoísta por haber elegido la opción opuesta. Este contrapunto de opiniones debe estar pensado para asumir la deriva de la desigualdad, pensada para que solo las inconscientes o categorías privilegiadas puedan maternar. No se me ocurre protervo mayor que ese. No debería sorprender que la opción más creciente en el mundo actual sea la de no criar. Si un hijo requiere algo, es compromiso. Ese acuerdo formal, aunque no escrito, que varias personas adquieren tras meditar una idea y hacerse ciertas concesiones, debe hacerse duro cuando se convive con la precariedad laboral y la inestabilidad de pareja. Planear el camino que debemos andar hasta cumplir el objetivo que tuvimos en la línea de salida, arrastrar una plural decisión. Atreverse a tener un hijo sin contar con otro igual a mí me parece un acto de valentía como pocos. Hacerlo en compañía, sin ser conscientes de que casi nada es para siempre, también lo es. Si el pacto de crear vida juntos se rompe es cuando hay que atarse los machos, porque el camino que nos viene es pedregoso. Ninguna cultura se libra, es transversal en todas y cada una de las comunidades. Si lo analizas, desde antes de nacer ya es un vínculo de locos... 

Entre los maoríes existe una tradición oral dónde las parejas jóvenes han de hacer un retiro reflexivo para tomar esta decisión. Para ello, pasan varios días en el bosque con poco más que lo puesto, y así decidir su disposición a la responsabilidad que conlleva el sacrificio, y la generosidad y la entrega que esto supone. Si no son capaces de tomar la decisión, han de renunciar a ello de manera consecuente. Gran ejemplo de honestidad que tal vez nos falte en países desarrollados, dónde la presión social y familiar está vigente demasiadas veces sin pararse a pensar que igual no está entre las ideas de alguien semejante hazaña.

Mientras la mitad del mundo lucha por un control global de la natalidad, la otra mitad intenta desesperadamente concebir una vida. Por un lado, el ascenso pasmoso de abortos electivos y por otro, la oración constante para un positivo en el test de embarazo. Claro desequilibrio natal que encierra el reflejo de una sociedad irresponsable, poco dispuesta a compartir o dar lo realmente valioso que tenemos: el tiempo.

No se necesita mucho más que unos brazos que den calor y una voz que calme para una crianza en armonía, pero en tiempos ‘hipercapitalistas’ el proceso de criar a un hijo se ha inundado de ofertas, de experiencias y sobre todo de gastos, de muchos gastos. Esfuerzo, tiempo y dinero... Solo los padres somos los culpables de esta atrocidad, la de vernos presionados, tal vez por falta de referentes. Necesidad imperiosa haber leído la preciosa novela de Luigi Bartolini, Ladrón de bicicletas, o verla en la adaptación al cine por parte de Cesare Zavatinni, y entender tantas cosas sobre la ejemplaridad hacia los vástagos. Que necesario que un niño llamado ‘Bruno’ detenga tu error con una mirada, un llanto o un apretón de manos para entender que lo haces bien sin tanta parafernalia.

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