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¿En qué se parece el Brexit a la invasión de Ucrania?

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Es difícil desprenderse de la nostalgia por un imperio desaparecido. Los vestigios del romano tardaron un milenio en extinguirse, con la caída de Constantinopla a manos de los turcos otomanos. En la España peninsular, último reducto con mínimas excepciones del imperio español replegado en sí mismo, causó una grave crisis centrífuga, con la Primera República Federal y sus cantones, de la que aún no nos hemos recuperado. 

No otra fuerza mueve a las burguesías vascas y catalanas, que se aprovecharon del imperio residual del siglo XIX y lo perdieron casi todo con la independencia de Cuba y Filipinas, cuando reclaman una parte mayor de lo que resta del pastel imperial. El proceso parece ser siempre el mismo, seas romano u otomano, británico, ruso o español: a la caída del imperio sigue la desintegración territorial y, a continuación, una airada nostalgia popular y el intento de recomposición.

La nostalgia del imperio británico, disfrazada de movimiento de secesión frente al bloque europeo, estuvo en la base del voto del Brexit. Los datos están ahí: la parte más envejecida y rural del Reino Unido fue la que inclinó la balanza a favor de la salida, mientras que los votantes más jóvenes de las zonas urbanas, empezando por Londres, se opusieron. La paradoja es que, como ha sucedido mucho antes de lo que se pensaba, el apoyo a la autoexclusión de Europa estaba condenado a ser minoritario con el tiempo, simplemente dejando que la naturaleza y a su implacable guadaña hicieran su trabajo.

Más difícil es arreglar lo de Rusia, con su invasión de Ucrania, un país vecino cuya soberanía se ganó a pulso mediante un referéndum convocado conforme a la entonces constitución confederal de la extinta Unión Soviética, cuyo final precipitó. Desde entonces, y con el ascenso al poder de Vladimir Putin, Rusia entró en una crisis de nostalgia imperialista que parece no tener fin ni vuelta atrás. Como en el movimiento de placas tectónicas que mueve los continentes, lo fácil es separarse y crear espacio entre ellos, lo complicado es arrejuntarse y volver a Pangea, el supercontinente que una vez nos unió.

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