El prisma

Romper o no la baraja

No habrá lugar para romper la baraja común: de momento, los de Abascal son la única esperanza de gobierno para el PP, solo no puede

J. L. Vidal Coy

J. L. Vidal Coy

Ningún gobierno de coalición está libre de salidas de pata de banco de algún socio que rompa la baraja. Normalmente, no obstante, el poder actúa como pegamento universal, capaz de mantener unidos a aliados de intereses a veces dispares. Esto, que podría aplicarse perfectamente al actual ejecutivo en funciones en España, sirve lo mismo para el Gobierno de PP y Vox en la Región.

En el caso de aquí, puesto que el acuerdo se fraguó en Madrid, tras una dramatización de estos son mis principios durante casi tres meses, habrá que esperar que en la capital del Estado se decida o no poner fin a la coalición del presidente López Miras y el vicepresidente José Ángel Antelo. Nada indica que la ruptura pueda producirse: ambos partidos parecen estar comprometidos en intentar el asalto a La Moncloa, utilizando conjuntamente las palancas de las cinco comunidades autónomas, con la de Murcia, y los 140 municipios que gobiernan juntos.

Apuntala la durabilidad de las coaliciones PP-Vox que ambos están cómodos en sus respectivos papeles de poli-bueno y poli-malo. Así se demostró antes de las elecciones de mayo con la coalición pionera en Castilla y León. Pueden disentir en la forma y manera en la que se ejecutan determinadas políticas culturales, educativas, sanitarias o asistenciales. Pero en lo básico y primordial, que es la gestión del dinero público y los ingresos, van de la mano. Los dos se proclaman adalides del adelgazamiento del Estado y de su influencia, es decir, neoliberalismo puro y duro.

Apenas se pusieron en marcha justo antes del veraneo las coaliciones PP-Vox, la eliminación de los tramos autonómicos del IRPF –sucesiones, patrimonio...– se iniciaron. Algo que ya estaba practicando sin rodeos, y bien jaleado por su electorado, el partido de López Miras en Murcia en la anterior legislatura, salvada, hay que recordar, gracias a los jetotránsfugas de C’s y a los rebeldes sin causa de Vox.

Sería, pues, improbable que Feijóo o Abascal dieran orden de ruptura para quedar al albur de pactos puntuales para aprobar leyes en Cartagena o en Mérida. Hace tiempo que el PP dejó de practicar el diálogo con otros partidos, salvo Vox, y entró en la dinámica de «o yo, o el caos», por mucho que la que resultara frustrada investidura del líder popular le forzara inicialmente al paripé de «hablar con todos». En adelante, muy claro tendrá que tener el líder gallego que las encuestas le son muy-muy favorables para osar dar el paso de quedarse en solitario. Aunque ahora intente arrebatar a Vox la bandera rojigualda antiamnistía.

Los de Vox, por su lado, aspiran a demostrar que ellos son los realmente capaces de gobernar como se debe, impasible el ademán y por la gracia de Dios. O más bien por la gracia que ha hecho el PP a todos los españoles abriéndole la puerta de gobiernos a la extrema derecha. Pretenden dejar muy claro en esta legislatura que ellos son «los de verdad» y no esos otros a los que ya no pueden llamar ‘cobardes’ sino ‘amables’, pues han tenido la deferencia de compartirles el poder.

Una amabilidad que no es correspondida: Vox está dispuesto a hacer ruido para no parecer figura decorativa. No le importa ser elefante en cacharrería con tal de tener protagonismo. Pretende así compensar en los cinco gobiernos autonómicos que comparte su pérdida de influencia en el Congreso tras el resultado de las generales de julio. Pero no habrá lugar para romper la baraja común: de momento, los de Abascal son la única esperanza de gobierno para el PP, solo no puede. Alguien que sabe ya ha escrito que no hay química en el nuevo Ejecutivo regional murciano. Pero el poder es el mejor pegamento. Individual y colectivo. Y los naipes seguirán haciendo juego, aunque se manejen con ardides.

Suscríbete para seguir leyendo