Noticias del Antropoceno

Entre Oppenheimer y Heisenberg, me quedo con Schrödinger

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Nadie duda de que el primer tercio del siglo XX fue el gran momento de la física. En pocas épocas de la Humanidad ha ocurrido que una ciencia y sus hallazgos hayan tenido tan enormes repercusiones en el devenir inmediato de la historia. También sorprende la prevalencia en esos avances de personajes de apellidos germánicos, aunque fueran descendientes de emigrantes como el caso de Oppenheimer, cuyo padre emigró a Estados Unidos en 1888. Como culminación a la labor de los físicos teóricos, entre los que brillaba especialmente el también alemán Albert Einstein, en 1938 se descubrió el poder de la fisión nuclear. 

La obsesión antijudía de Hitler fue lo que en gran parte frustró sus designios de dominación, al provocar la huida a Occidente de una gran parte de la élite de los físicos del país, precisamente por su condición de judíos. Aún así, el régimen contó con la colaboración leal de físicos brillantes como el caso de Heisenberg, que a mediados de los años 20 había formulado su famoso principio de indeterminación. El curso de la vida y los meandros de la Historia hizo que un hijo de judío alemán, Robert Oppenheimer, encabezara el proyecto de fabricación de la bomba atómica, en oposición al que lideraba precisamente Heisenberg con el mismo propósito en Alemania. 

Oppenheimer fue un personaje controvertido, como vemos en la tortuosa película dirigida por el inefable Christopher Nolan, pero Heisenberg no le fue a la zaga. El primero se arrepintió de las consecuencias de sus acciones, el segundo distorsionó su historia personal para aparecer después de la guerra como el saboteador que impidió a Hitler disponer del arma nuclear. 

Entre los dos me quedo con el genio perturbador y rebelde de Erwin Schrödinger, un físico austríaco autor de una famosa ecuación de mecánica cuántica y el que imaginó el famoso dilema del gato encerrado en una habitación, una de las metáforas más brillantes de la edad de oro de la física. Hasta que no abramos la puerta, el gato de Schrödinger está vivo y muerto simultáneamente. ¿Y a quien no le gustan los gatos?

Suscríbete para seguir leyendo