Nuevo curso

Inolvidables días en los que la jornada lectiva se iniciaba con el izado de la bandera nacional mientras sonaba la Marcha Real, y brazo en alto, en saludo romano, se entonaba el Cara al sol

Director y alumnos de la Sucursal de los HH Maristas.

Director y alumnos de la Sucursal de los HH Maristas. / (1958) archivo TLM.

Miguel López-Guzmán

Miguel López-Guzmán

El calendario lo exige. El nuevo curso académico, el inicio de las clases de los escolares nos hace sentir aún una sensación extraña, un regurgitar de la memoria que nos hace revivir aquellos días de nervios agarrados al estómago ante el comienzo del año escolar.

Estas fechas también tienen como protagonistas comercios con nombre propio. Fueron aquellas librerías y papelerías que nos abastecieron del material indispensable para el regreso a las aulas, nombres del ayer: Sucesores de Nogués, Almela, Guirao, González Palencia, Librería General…

La vuelta al colegio conserva aromas de lapiceros, de goma arábiga, de papel, de tinta, de goma de borrar Milán, palilleros y plumillas. En estos días previos a la vuelta a clase se seguía una tradición, casi un protocolo, como lo fue el forrado de los libros. Las manos habilidosas de la madre o del padre contribuían al perfecto forrado con aquel sufrido papel de color azul: los cortes y dobleces precisos para que se ajustara a las tapas de cartón de aquellos manuales de Historia Sagrada, Historia de España, Aritmética, Urbanidad, Gramática Española, Geografía, Dibujo, de la editorial Edelvives, al igual que aquellas libretas para la caligrafía, las incipientes cuentas de Matemáticas o las redacciones por venir. Una vez pulcramente forrados, se procedía al tradicional lengüetazo a la blanca etiqueta con sabor a cola y por último, la exquisita rotulación con el nombre de la asignatura y del alumno en cuestión.

Difíciles de olvidar serían aquellos cuadernos rayados, los que ostentaban en su portada azul, un bajel, en cuya proa, a modo de mascarón lucía una pluma y una cartela en la que se leía: «Con la pluma me abro paso». Páginas en que las iniciábamos nuestras tareas diarias con un místico «Vivan Jesús, María y José» con las fechas de aquellos días de finales de los años cincuenta.

Tiempos de palillero, plumín y secante, unos años antes de que el periodista húngaro Ladislao José Biro inventara el bolígrafo y llegara a España con unos años de retraso. Plumillas Corona o de Pata de Gallo, con las que aprendimos la elegante y estilizada caligrafía ‘inglesa’.

Fue en aquella sucursal de los Hermanos Maristas dónde la vida comenzó a salir al encuentro de muchos, forjando el espíritu de los hombres del mañana, que hoy son abuelos.

Inolvidables días en los que la jornada lectiva se iniciaba con el izado de la bandera nacional mientras sonaba la Marcha Real, y brazo en alto, en saludo romano, se entonaba el Cara al sol. Rezo del Santo Rosario en los atardeceres de entonces. Tiempo en los que imperaba el respeto a los profesores. Pizarras de tiza y borrador; juegos en los recreos de policías y ladrones, de canicas, y del tacón en los recreos. Clases de gimnasia con atuendos tan modestos como fueron una elástica, un calzón corto y unos zapatos ‘Gorila’. Tablas de educación física: ¡Uno, dos, uno, dos…!

En la memoria de cada uno, aún resuena el canto de los partidos judiciales, los ríos, las montañas, las capitales del mundo, los continentes, las tablas de multiplicar y aquellas frases que definían la grandeza de España: «Madrid, capital de España, posee hermosos edificios», «Barcelona, importante puerto de mar»…

Sí, así empezó todo, en un inicio de curso de hace mucho tiempo. Por eso, es inevitable recordar ahora aquellos días, al ver a los colegiales subidos en soberbios autobuses escolares, vestidos con modernas indumentarias deportivas, con sus celulares y mochilas. Lejos quedan los días de cartera y babi, las que amontonadas servían como improvisadas porterías de fútbol, el ir y venir caminando hasta el colegio, con sabañones o sudores, sacando aún el sabor de la leche en polvo, del queso americano o la onza de chocolate terroso con el que nos obsequiaba el amigo yanqui. Sí, todo ha cambiado. Y nosotros… mucho más.

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