Aire, más aire

¡A la feria!

Miguel López-Guzmán

Miguel López-Guzmán

Los de aquí tenemos la suerte de dar esquinazo a la depresión postvacacional gracias a la Feria, la que hace más llevadera la nostalgia de las vacaciones idas.

Gracias a los caballitos y demás atracciones, junto a los toros y la romería de la Virgen, conseguimos olvidar la holganza e introducirnos en la encorsetada rutina, aunque siempre quedarán los fines de semana para seguir disfrutando del sol y del mar.

La Feria, heredera de la concedida por Alfonso X el día 19 de mayo de 1266, fue durante mucho tiempo la parienta pobre de los festejos murcianos: Alfonso X, el Botánico, en las inmediaciones de la FICA, hasta la extinción del certamen conservero en 1974, en que la septembrina Feria encontró el lugar donde instalarse definitivamente. Inolvidables tardes feriales en los autos de choque, en el látigo o golpeando la pelota del carrusel. 

Caballito en Tíovivo

Caballito en Tíovivo

Me viene a la cabeza aquel amigo letrado, ya maduro, que queriendo rememorar sus años de infancia en el recinto ferial y haciendo alarde de sumo valor se subió a la noria más alta del recinto. Craso error, pues fueron tales sus náuseas que vomitó desde lo más alto de la atracción poniendo como cristos al personal que por su base deambulaba. 

Tómbolas que tenían como premio juegos de cacerolas. Pim-pam-pum donde novios y pretendientes alardeaban de puntería al conseguir un osito de peluche para la novia. 

Jínjoles, manzanas bañadas en rojo caramelo y membrillos calmaban el estómago antes de subir al tren de la bruja, tren de los escobazos que tenía como premio despojar al encapuchado de su corta escoba de palma. 

La Feria, donde niños y mayores acuden, desde la sencillez, a disfrutar, hoy como ayer, de la fantasía en un mundo cada vez más complicado.

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