La Feliz Gobernación

La valentía del victimismo

"La consecuencia objetiva del número de Podemos fue que López Miras se fuera de rositas y reforzara su toletole de que la Región necesita una ‘mayoría suficiente’"

La candidata a la Presidencia de la Región de Murcia, María Marín.

La candidata a la Presidencia de la Región de Murcia, María Marín. / Francisco Peñaranda

Ángel Montiel

Ángel Montiel

La crisis de Podemos en la Región de Murcia se inició poco después de la constitución de la Asamblea tras las elecciones de 2019, y no sólo porque había pasado de cuatro a dos diputados. La fractura Iglesias/Errejón tuvo un gran impacto en esta Comunidad, y los diputados electos, Óscar Urralburu y María Jiménez, abandonaron el partido y sus escaños para crear Más Región una vez que Íñigo Errejón lanzó Más País tras el éxito de su opción en la Comunidad de Madrid. Ocuparon sus puestos parlamentarios María Marín y Rafael Esteban

Pero pronto fue posible detectar que este último no estaba del todo en la plenitud de la confianza de Marín, que sí respondía a la línea podemita más ortodoxa. Esteban fue un diputado muy discreto, con escaso protagonismo, tal vez a pesar de su voluntad y, aunque él nunca lo declarara, con afinidades errejonistas (en cualquier caso, fuera del núcleo duro de Podemos) hasta que, poco antes del final de la legislatura, dimitió por los consabidos «motivos personales»

A Esteban le sustituyó Helena Vidal, miembro de Equo, partido que en 2019 acudió a las elecciones coaligado con Podemos. Para el 28M, este grupo de verdes ha preferido presentarse junto a Más Región, pero Vidal ha mantenido su escaño, puesto que la nueva decisión electoral de Equo no deslegitima la propiedad del obtenido junto a Podemos. De hecho, Vidal denunció al poco de tomar posesión de su escaño que Marín no compartía con ella los recursos ni las oportunidades de participación de la cuota que ambas ocupan en el Grupo Mixto. Es decir, Marín no le daba bola, menos aún que a Esteban.

Véase, pues, que de los cinco primeros puestos de la papeleta de 2019, sólo María Marín pertenece ya a Podemos. A efectos estrictamente políticos, la portavoz parlamentaria de ese partido representa la mitad de la fuerza electoral que como Podemos-Equo le fue concedida por los electores para esta legislatura, y si se considera el conjunto de la papeleta de 2019 que ha sido activada, una quinta parte.

Esto es, ya digo, a efectos políticos, que la Junta Electoral no puede contemplar, pero que son bien visibles aparte de los jurídicos, que son los que obviamente considera el VAR que arbitra la organización de las elecciones. 

Dado que Helena Vidal encabeza para el 28M la candidatura de Más Región-Equo, la Junta Electoral decidió que Marín y ella debían compartir tiempos de entre los asignados a la representación parlamentaria Podemos-Equo en el debate electoral acordado por el conjunto de los partidos con representación parlamentaria en la legislatura vigente. A efectos prácticos y funcionales significaba que debían alternarse en el transcurso del evento. Una decisión salomónica, sin duda, pero más justa en relación a las otras formaciones que si se hubiera dado voz a las dos de izquierdas a partes iguales, pues entre ambas habrían sumado el doble de tiempo que, por ejemplo, el PSOE, que ganó las últimas elecciones

Podemos recurrió esta decisión de la Junta, que no había resuelto a la hora de inicio del debate. Este es el único argumento que permite justificar la actitud de María Marín, pues habría sido adecuado aplazar la celebración del match hasta tanto no existiera una resolución definitiva. Por esto es por lo que en buena lógica debería haber luchado Podemos antes de la noche del pasado viernes.

Pero las estrategias políticas no siempre responden a las lógicas formales. Podemos ha elegido desde hace tiempo la senda del victimismo como arma electoral, enarbolándola como efecto de la ‘valentía’ de que presumen, consistente en decir lo que, según ellos, nadie dice. Lo que este partido ha pretendido esta vez es que la suspensión del debate (obligada, porque de haber continuado en las condiciones que imponía la candidata Marín y no las de la Junta Electoral, habría supuesto un desacato por parte del Colegio de Periodistas y de la Radio Televisión Regional), pase por ser un acto más de censura a Podemos debida a su ‘valentía’ para denunciar todo lo denunciable.

Todo se confabula para que la valiente actitud de Podemos sea neutralizada por los poderes económicos y mediáticos. Para que tal cosa se visualice es preciso montar el número, aunque el espectador ecuánime sea capaz de detectar el truco. No hay censura, sino aplicación estricta de la normal establecida por la Junta judicial. Pero esto da igual.

El problema para Podemos son las consecuencias objetivas de su actitud. Primera: deslegitimar al árbitro electoral, la Junta, es muy propio de la dinámica consistente en tachar de fascistas las resoluciones de todos los jueces que contradicen las políticas podemitas. Pero tal vez no se den cuenta de que en esto coinciden con los bolsonaristas, que vienen anunciando que si gana la izquierda será un pucherazo, pues Pedro Sánchez manipula los resultados desde Indra y Correos.

Así, pues, deslegitimación de la Justicia e intento de burlarla en público por una formación política que está en el Gobierno de la nación y que aspira a participar en el de la Región.  

Segundo, y tal vez lo principal es que el gran beneficiario del espectáculo a lo Sálvame que constituyó el debate fue Fernando López Miras, quien se fue de rositas sin que los partidos de la oposición tuvieran ocasión de intentar siquiera desmontar su gestión. Por el contrario, llegó, cumplió y fuese, y además, el número le permitió reforzar su toletole de que la Región necesita una ‘mayoría suficiente’ que no esté al albur de irrupciones circenses.

Es decir, al presidente se le facilitó de manera gráfica la prueba del nueve de su argumento central de campaña, y sin necesidad de despeinarse.

Y tercero. La causa del conflicto no fue porque un partido de derechas obtuviera un plus frente a Podemos, sino que los espectadores de televisión tuvieron ocasión de contemplar en vivo y en directo una versión actualizada del famoso sketch de La vida de Brian, de los Monty Python, en que se produce un hilarante debate entre ‘grupos del liberación’ que compiten entre sí para mayor irrelevancia de todos. El juego entre Podemos y Sumar, que está implícito en el hecho de que sean dos las formaciones de izquierda más allá del PSOE que se presentan a estas elecciones vuelve a reproducir que la famosa unidad de estas familias es una utopía, inexplicable para muchos de sus votantes potenciales. 

Prueba explícita también de que si esta izquierda es capaz de llegar a este tipo de escenificaciones públicas para neutralizarse entre sí sería bastante infructuoso exigirle que en labores de Gobierno tuviera siquiera disposición para contemplar a la sociedad en su transversalidad.

María Marín ha venido optando en su trabajo parlamentario por una expresión sobreactuada, acompañando sus intervenciones con todo tipo de materiales y efectos. No puede decirse que esta fórmula no haya sido eficaz para sus intereses: le ha proporcionado más portadas de prensa en los debates de la Asamblea que a todos los demás portavoces juntos. Es una vía: un partido pequeño debe hacerse notar como sea. Pero Podemos corre el riesgo de ser visto como un partido numerero, algo histriónico, cuyas razones, por muy consistentes que resulten, queden empañadas porque la performance destaca más que el fondo. 

No sé si se dan cuenta de que agitar en demasía el vocabulario y gesticular en extremo puede traducirse como inmadurez y autocomplacencia y conducir a que muchos sigan añorando la contundencia dialéctica y la fortaleza intelectual de Óscar Urralburu, sin ir más lejos. Menos victimismo prefabricado y más valentía para no esconderse tras supuestos boicots externos.

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