Dulce jueves

La edad frágil

Enrique Arroyas

Enrique Arroyas

Los datos son terribles. En 2020, el suicidio fue la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años. Se ha cuadruplicado el número de niños y adolescentes que ha cometido algún tipo de acto suicida en las últimas décadas. Una encuesta reciente realizada en Cataluña dice que un 43,4% de los escolares ha tenido pensamientos suicidas. Hay todo tipo de estadísticas que reflejan una realidad oculta que causa espanto.

Una mezcla de soledad, crueldad y falta de amor está detrás de unas acciones desesperadas difíciles de prevenir. Cuando ocurre lo irremediable salen a la luz las huellas de esa desesperación causada por un sufrimiento que los adolescentes son incapaces de medir: un grito de socorro guardado en un diario escondido en un cajón, una carta de perdón, historias sin futuro, relatos de abusos, un corazón destrozado por la soledad y el abandono.

Hay un teléfono, el 024, que con el lema «Llama a la vida» permanece a la escucha todos los días del año las 24 horas para atender cualquier petición de auxilio. Es una iniciativa encaminada a reparar una grieta que como ninguna otra muestra el fracaso de toda una sociedad. Los colegios piden más psicólogos, las familias exigen más vigilancia de los abusos, los expertos alertan sobre los peligros de la presión de las redes sociales y de un estilo de vida materialista que deshumaniza a las personas.

La adolescencia debería ser la edad del presente. Ese momento de renacer y descubrimiento que parece que va a ser eterno, pero que a la vez está programado para la construcción del futuro. En ella la vida es tan nueva y tan poderosa que se cree irrompible. La muerte es algo lejano. Quizá por eso cuando la muerte aparece en el horizonte es un pozo oscuro para el que el adolescente no está preparado. Ante ella sólo cabe el terror o una atracción desesperada. Entonces la adolescencia se revela como la edad más frágil, amenazada por cambios drásticos y expuesta, casi sin defensas, a las agresiones de un entorno hostil. Cuando el mundo se percibe como un lugar cruel, el adolescente necesita la protección de un lugar seguro. Si no lo encuentra, la soledad puede destruirlo.

Es indudable que algo está pasando con los jóvenes de hoy. Se habla de una exposición mayor a violencias de todo tipo, de un mayor miedo al fracaso y la exclusión o del impacto de la banalización emocional de ese mundo falso de las redes sociales en las que están encerrados. Forma parte de la adolescencia la experiencia del sufrimiento. En ella se experimenta por primera vez que la vida no es fácil. Pero esa experiencia solo se supera de forma sana en compañía y con ayuda. No para sobreprotegerlos, sino para hacer de su fragilidad su mejor defensa.

Para ello solo hay una receta. Como dice la psicóloga Marian Rojas, «solo existe un antídoto al sufrimiento, al dolor y a la enfermedad: el amor».

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