Limón&Vinagre

James Cameron: no temen a nada, han trabajado con él

James  Cameron

James Cameron

Mauricio Bernal

Los directores que mezclan el perfeccionismo y la neurosis (el equivalente cinematográfico de juntar glicerina y permanganato de potasio) suelen trabajar con la confianza de saber que su despotismo laboral quedará sepultado bajo una cortina de glamur, y que será así gracias a una regla no escrita del mundo del cine que induce a tolerar las conductas desquiciadas en el plató de rodaje siempre que el resultado de esos excesos sea: a) genial, o b) susceptible de recaudar obscenas cantidades de dinero. En la primera categoría aparecen nombres que conforman un indiscutible canon, desde Hitchcock hasta Kubrick pasando por el incontinente Lars von Trier, y en la segunda, individuos de contrastado espíritu comercial como, por ejemplo, Michael Bay. James Cameron vendría a ocupar una categoría intermedia: aunque es difícil equipararlo con un genio como Kubrick, tampoco es de justicia ponerlo en el helicóptero de los mercenarios. Aunque solo sea por el primer Terminator. Lo que es indiscutible, y de lo que pueden dar fe, al parecer, cuantos han trabajado con él, es que en el plató es un dictador. De los de siempre.

Más allá de los testimonios que circulan entre la masa ingente / amorfa de los trabajadores del cine, hay algo que tiene Cameron que no tienen los demás neuróticos déspotas del Séptimo Arte: toda una serie de camisetas que entronizan su neurosis. La historia se remonta a 1985, cuando Cameron rodaba Aliens en los estudios Pinewood, en las afueras de Londres. Algo tuvo que ver, al parecer, el choque cultural (un joven director norteamericano en territorio británico), pero el caso es que las cosas salieron mal desde el principio. Fluir, nada fluía. Más adelante, el propio Cameron se referiría al equipo de Pinewood como «gente a la que no podía importarle menos» aquello en lo que estaba trabajando, además de «perezosos, arrogantes e insolentes». En el equipo todo el mundo estaba harto de sus salidas de tono, su mal humor recurrente y su desprecio por los horarios de trabajo, y alguien (¿un sonidista? ¿un cámara?) tuvo la idea, a la postre pionera, de estampar unas cuantas camisetas con una frase alusiva al suplicio de trabajar a sus órdenes. Así, un día, algunos se presentaron exhibiendo el siguiente eslogan: «You can’t scare me, I work for James Cameron» (No me asustas, trabajo con James Cameron).

La historia podría haber sido indulgente con él si solo hubiera ocurrido en Pinewood, y quizá se habría justificado con el argumento (razonable) del choque cultural, pero los problemas de Cameron con los equipos de rodaje han sido una constante en su carrera, y las camisetas también. Prácticamente hay una por película, todas fruto del ingenio de quienes han trabajado con él. Una de las más famosas corresponde a la segunda entrega de Terminator, y recoge, en letra pequeña, todos los insultos, exabruptos y despropósitos proferidos por el director durante el rodaje: «¿Es que no has leído el puto guion?» «¡Esto no es una puta fiesta, es un plató de rodaje!» «¡Habéis tenido tres horas para iluminar el set! ¿Realmente es tan difícil encender una puta luz?». El paroxismo camisetero llegó con la filmación de Titanic, un rodaje largo y difícil que sacó lo peor del realizador canadiense. El equipo estaba desquiciado, y no fue suficiente una sola camiseta para evacuar tanto malestar. Se hicieron varias. Una de ella decía lo siguiente: «Jim es un director práctico y tengo unos moretones que lo demuestran».

A estas alturas es justo preguntarse qué piensan de James Cameron los actores que trabajan con James Cameron. No es ningún secreto. «Es hábil con los muñecos, pero cruel con los actores», dijo Linda Hamilton después del primer día de rodaje de Terminator. «¡No somos animales!», le espetó Mary Elizabeth Mastrantonio mientras filmaban The Abyss. Se rumorea (aunque él no lo ha confirmado) que Ed Harris acabó dándole un puñetazo en la cara durante el mismo rodaje. De modo que es lícito preguntarse qué nuevas Historias Cameron saldrán a la luz cuando es inminente el estreno mundial de Avatar, el sentido del agua, secuela de la película de las criaturas azules que vio la luz en 2009. Unas cuantas, seguro. Y seguro que unas cuantas camisetas. Pero será glamuroso, de eso no cabe duda, porque entrará en acción aquella regla no escrita del mundo del cine que perdona ora lo que es genial, ora lo que vende. A la vista de los comentarios que ya corren por ahí, no será precisamente por genial.

Suscríbete para seguir leyendo