La Opinión de Murcia

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Andrés Torres

Cartagena D.F.

Andrés Torres

Alarma virtual

No recuerdo a quién escuché decir que en nuestro mundo actual predominaban dos tipos de negocios, los relacionados con la salud y los sustentados por el miedo

Hoy es el cumpleaños de… Una mañana más, Facebook me recordaba a quien debía felicitar ese día. Hasta ahí nada anormal. Lo llamativo era que la persona que mencionaba ya no está entre nosotros, falleció hace ya algún tiempo. Resultaba chocante y un tanto trágico el recordatorio y pensé en si a sus familiares y amigos más íntimos les torturaría un año tras otro. Seguro que se pueden eliminar amigos de la lista de contactos de Facebook, aunque nunca lo he hecho.

Sería como matarlo por segunda vez, como fulminarlo también de esta realidad virtual que nos hemos inventado y en la que andamos completamente imbuidos, a la par que distraídos, despistados, perdidos. Es sonar un pitido de nuestro terminal y salta un resorte en nuestro cerebro que activa una alarma silenciosa, que no se apaga hasta que desvelamos su origen, pese a que en un amplísimo porcentaje de las ocasiones, el contenido del mensaje es irrelevante y, desde luego, mucho menos interesante e importante que la conversación que manteníamos o la tarea que interrumpimos. Y diría que en el cien por cien de las veces, cualquier pitido puede esperar, porque lo realmente urgente requiere de una llamada telefónica o de tirar la puerta abajo, si es preciso.

La red en la que nos atrapan las redes nos permite sobrevivir en esa nebulosa irreal de los bytes, pero nos roba la vida a cada instante, con un goteo constante de segundos, minutos y días, nos desangramos por las venas de lo perentorio para inyectarnos grandes dosis de lo superfluo, de lo trivial. Y, claro, se hunde WhatsApp durante unas horas en todo el mundo y muchos seguro que se sintieron algo así como muertos en vida, al menos en esa vida virtual paralela a la que le concedemos mayor protagonismo del que deberíamos. Y no, no es inevitable.

Ahora nos lo ponen más complicado. A las mentes pensantes que dirigen nuestro sino se les ha ocurrido la genial idea de que la mejor manera para alertarnos de una emergencia es hacer sonar un pitido en todos nuestros móviles a la vez y al máximo volumen de nuestros aparatos. El avanzado sistema de avisos se pone a prueba en nuestra Región el próximo 2 de noviembre. Que nadie se asuste, nos dicen por todos lados, solo es un simulacro. Como decía, nos ponen más complicada la desconexión virtual, aunque solo sea un ratito, porque prácticamente nos obligan a estar pendientes continuamente del teléfono, no vaya a ser que justo cuando no lo estemos, salte la alarma de que el mundo se está acabando.

No pretendo frivolizar, ni mucho menos, pero imagino la escena de un bar o una discoteca a reventar de gente donde, de repente, comienza a sonar una orquesta ensordecedora de pitidos procedentes de todos los móviles, alertando de una emergencia. Y seguro que el mensaje que recibamos nos recomendaría algo así como que no cunda el pánico. ¡Qué ironía! Por no hablar de los estados de ansiedad que puede generar quedarse sin batería, porque la ley de Murphy dice que justo en ese momento es cuando se masca la tragedia y tú sin enterarte. Ni de la irresponsabilidad de quitarle el sonido al móvil porque vas a entrar a una reunión o a un espectáculo o, simplemente, te quieres echar una siesta, sin que te despierte un bombardeo de mensajes dando las gracias o la siempre inoportuna llamada de un comercial de cualquier compañía de la que no quieres nada, solo que te dejen tranquilo y que no te llamen más.

Aunque en realidad, ya lo hacen, porque no me digan que no se han asustado alguna vez al comprobar que la pantalla que tienen delante les lee la mente y adivina lo que quieren escribir, le dan la respuesta a la pregunta que estaban pensando o les muestra el producto exacto que se quieren comprar. Lo curioso es que lo llamemos inteligencia artificial, cuando lo que no nos atrevemos a admitir es que los tontos somos nosotros, que vamos permitiendo que suplanten de forma progresiva y silenciosa nuestra capacidad de discernir, de razonar y de tomar decisiones por nosotros mismos, en definitiva, nuestra voluntad.

No recuerdo a quién escuché decir que en nuestro mundo actual predominaban dos tipos de negocios, los relacionados con la salud y los sustentados por el miedo.

Confío, o quizá no tanto, en que esas mentes pensantes hayan medido bien las consecuencias de una alarma generalizada y simultánea y hayan calculado que sirva para salvar vidas, más que para generar nuevas catástrofes. Claro que el mundo ha cambiado y nos acechan nuevos peligros y hasta es bueno que estemos alerta y nos avisen de cuándo podemos estar en riesgo, pero siempre ha sido así y todo tiene sus límites.

El control y el impacto sobre nuestras vidas de esa red de redes en la que estamos atrapados y que tantas cosas buenas tiene ha llegado a tal punto, que ya no nos permite ni descansar en paz. Ni a vivos ni a muertos.

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