Opinión | Agua de mi aljibe. Crónica desde Cartagena

Trono y negocios

Trono Murciano

Trono Murciano

Q ue la vida es un sueño, antes de que lo escribiera Calderón, ya era un tópico literario que venía de los antiguos griegos, persas, hindúes o budistas. Aquí encerrados en nuestra cueva de Netflix o HBO, ya no sabemos distinguir la realidad de la fantasía. Aunque nos amenacen poderosos gigantes, siempre nos conformamos con que puedan ser molinos y ni nos levantamos del sofá. Ya estamos tan acostumbrados a las intrigas palaciegas y las luchas de los gerifaltes por acceder o mantenerse en el poder que no sabemos si estamos en Juego de Tronos, La Reina Blanca, House of Cards o House of the Dragon. 

De entre los disparates de la ultraderecha, reconozco que les comprendo el de resucitar su afición por la espada y la cruz y todos aquellos héroes medievales que en realidad eran mercenarios profesionales, que un día podía presumir de un estandarte y al otro, como Toni Cantó, blandían otro bien distinto para dar siempre a siniestro. No, su afición a las performances de los cruzados y las caballerías, no les viene, como a Don Quijote, de sus muchas lecturas que se les entrecruzan en el cerebro, sino más bien a tener las estanterías vacías de libros.

Pese al avance de la historia, a las revoluciones y a las luchas por obtener derechos, creo que hemos de volver a aprender de aquellos tiempos del feudalismo y las luchas y juegos de poder entre los emperadores, los reyes, los señores, los caballeros, los monjes, los conquistadores, los mercaderes, los vasallos y los esclavos. Puede que se hayan cambiado los hábitos, los métodos o las armas, pero quien tuvo, retuvo, y, como las modas, hay que reconocer que el pasado vuelve por tierra, mar y aire. Fuimos unos ingenuos si nos creímos que la historia avanza inexorable hacia el progreso. En realidad vivimos en el eterno retorno, la historia circular, los avances y retrocesos y, hasta puede que estemos a las puertas del Ministerio del Tiempo, donde a la primera que te descuidas puedes volver de lleno a épocas y guerras que creíamos pasadas.

Como en el universo de la Guerra de las Galaxias, vivimos en un mundo en el que conviven y luchan civilizaciones ricas y desarrolladas, con pueblos atrasados, explotados y sumidos en la miseria; mundos aparte llenos de comodidad, lujos, tecnología y drones, con zonas en conflicto donde la vida no vale nada. No faltan los intentos de unos por acumular el poder y los de otros por disgregarlo. Vuelven los defensores de los imperios, enfrentados a los partidarios de las repúblicas, los que defiende al Rey que gobierna sobre todos los territorios, frente a los reyes de taifas, que quieren mandar en sus territorios, sin autoridad superior que los controle… 

La realidad supera a la mejor ficción. Basta analizar lo que pasa en nuestros días a nuestro alrededor, en nuestras ciudades, en la Región de Murcia, en España, en Europa y en el mundo, para darnos cuenta de que esto no lo iguala ni la imaginación de los mejores guionistas de las series que vemos en nuestras pantallas. Así que uno, como Don Quijote, empieza a no saber distinguir entre la historia, las historias que nos cuentan y los hechos que vivimos y padecemos. Los siglos nos habían ido llevando desde la ley de la selva al imperio de la ley, desde la ley soy yo, a las leyes que todos nos hemos dado… Pero, mira por dónde, sin necesidad de introducirnos en el multiverso, lo real tiene mil caras y no hacen falta cristales de colores para ver que vivimos un momento en el que todo coexiste, todo se lleva, lo mismo los pantalones de pitillo que los de pata ancha, las ansias de avanzar y la tentación de volver atrás, la globalización o el respeto por un mundo diverso al mismo tiempo que el volver a las trincheras y a encerrarnos en el terruño y lo identitario.

Unos que invadieron nuestra Península fueron los romanos, pero yo no voy a decir aquello de La vida de Brian «¿Pero qué han hecho los romanos por nosotros?», porque, aparte del urbanismo, los teatros, los acueductos, los baños o la red de carreteras, nos trajeron el Derecho Romano, ‘dura lex, sed lex’. Valorando algunas aportaciones sociopolíticas del anarquismo y detestando cualquier atisbo de absolutismo, he de reconocer que ni en mis más fervientes tiempos utópicos de juventud he desdeñado la necesidad del imperio de la ley, eso sí, con leyes justas, elaboradas por un parlamento democrático y con jueces autónomos e imparciales. La democracia siempre está en construcción y, al igual que la bicicleta, necesita de unos pedales que no paren de girar, porque al final el impulso inicial siempre se agota y si no hay avance hay caída segura. Más imposible es conducir con el freno echado o, peor aún, intentar ir marcha atrás con la bicicleta o con la democracia. 

La ley es lo único que nos puede conducir en la democracia, sin las columnas de la ley no hay edificio de lo público que no se derrumbe, la ley debe protegernos, sujetar el techo de todos para no quedarmos expuestos a las inclemencias de la intemperie. Es cierto que las leyes deben mejorar siempre, ser justas y beneficiar a todos por igual. Una ley siempre es mejorable y se debe cambiar con los procedimientos acordados y consensuados previamente, pero no nos podemos saltar una ley según nos convenga. Una sociedad avanzada, una democracia madura, es aquella que va acumulando columnas legales, no aquella que va derogando leyes sin otras mejores que las sustituyan. Sólo los ingenuos y los delincuentes están interesados en que haya menos leyes.

Sí, suena muy bien aquello de ‘laisser faire, laisser passer, le monde va de lui même’, pero es evidente la importancia del poder legislativo que recae en los parlamentos y que debe ordenar desde la convivencia social hasta el comercio, pasando por los derechos y los deberes de todos, los servicios públicos, la ordenación del territorio, etc. 

¿Puede el poder Ejecutivo creerse más importante que el poder Legislativo y el Judicial? Pese a los intentos de controlar a los jueces y al Parlamento ¿puede un Gobierno desactivar al Parlamento para que no haga nuevas leyes y así dejar más margen para que se actúe sin cortapisas? ¿Puede un Gobierno regional promover, con todas las maniobras que sean necesarias, el control del Parlamento de la Comunidad Autónoma? ¿Es lícito que se deroguen leyes que se demostraron necesarias para proteger el medio ambiente o la habitabilidad de las ciudades, con el fin de quitar todas las vallas que protegen el redil del ataque de los poderosos lobos insaciables? ¿Por qué se le llama ‘ley para agilizar el procedimiento’ en lugar de ‘ley de descontrol y desprotección para facilitar el negocio rápido de unos pocos’? Y peor: Dijeron que estaban encantados por la Ley de Protección del Mar Menor y ahora convocan a todos sus ejércitos para amordazarla. 

Todo lo que está en las series de Netflix lo podemos ver sin suscripción todos los días en la realidad, en el Parlamento inglés o en la mismísima Región de Murcia. No hay serie que supere a estas intrigas por el sillón y por el botín ¿A quiénes les interesa el caos? ¿Quién hace el mayor negocio con esto? Me confieso que el otro día soñé con la invasión de los cien mil hijos del 155. 

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