La Opinión de Murcia

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Andrés Torres

Cartagena D.F.

Andrés Torres

La terraza de Fran

A nadie le gusta que le cobren más por nada, pero si seguimos comprando plátanos, naranjas, aceite, carne y pescado, pese a que la cesta de la compra se ha disparado, ¿por qué no íbamos a aceptar una subida razonable en la hostelería?

La terraza de Fran

No conozco a Fran Redondo ni sé sus planes de futuro. Mi relación con él se limita a un breve encuentro los martes y los jueves por la mañana en la terraza de la conocida confitería Gallego, en la calle Juan Fernández de Cartagena, siempre abarrotada hasta la bandera y donde cada vez resulta más difícil encontrar un hueco. Por algo será. Fran sirve los desayunos y su actitud con los clientes tiene mucho que ver con este éxito del negocio familiar. A algunos nos cuesta saber cuántas cucharadas de azúcar quiere nuestra pareja o si prefiere que le eches antes la leche o el café en la taza. Y sí, muchos camareros de otros locales sirven el desayuno a sus clientes fijos sin necesidad de que lo pidan. Saben lo que toman y se lo preparan nada más llegar. Lo que distingue a Fran no es solo la cantidad de servicios que hace en una mañana, que fácilmente pueden ser un par de cientos. Fran se sabe los desayunos de esa avalancha diaria de clientes fijos, de los más esporádicos y de los que llevan semanas o incluso meses sin ir a esta panadería-cafetería y un día vuelven. «No sé. Puede que más de trescientos. No llevo la cuenta», responde con absoluta modestia cuando le preguntas cuántos desayunos se sabe.

El mérito es aún mayor por el ritmo que lleva. Él solo se come la terraza en un pis pas. Sin prisa, pero sin pausa. Con total respeto y exquisita educación. Y hasta con cierta amabilidad y complicidad con sus clientes. Pero Fran no está solo ni ha surgido de la nada. Su forma de trabajar y de tratar a las personas tendrá bastante que ver con lo que haya visto en casa y en su establecimiento desde niño. Además, cuenta con el apoyo de un grupo de compañeras detrás de la barra, que atienden sus peticiones de forma efectiva y organizada.

Puede parecer sencillo, un trabajo fácil y sin importancia pero no todas las terrazas de la ciudad están tan abarrotadas como la de la confitería Gallego ni todas cuentan con un Fran Redondo, que logra que el momento del desayuno sea relajante y gratificante, sin estrés ni ansiedad cuando tienes prisa y sin azuzar ni presionar cuando vas con tiempo.

Que la hostelería es uno de los sectores más difíciles y duros no es discutible. Que cada uno somos un mundo con nuestras rarezas y manías, difíciles de llevar para quien se enfrenta al público a diario tampoco supone descubrir nada. Si existiera una fórmula mágica o un secreto oculto para el éxito de un bar, un restaurante, una panadería o cualquier otro negocio, todos estarían a reventar y no habría tantos bajos vacíos con carteles de se alquila o se vende.

Lo que sí sabemos, como clientes, es que donde nos tratan bien, nos sirven con educación y nos cobran un precio adecuado volvemos una y otra vez.

El presidente de la asociación de hosteleros de Cartagena (Hostecar) se ha lamentado esta semana de que muchos establecimientos se verán abocados al cierre por el incremento desorbitado de los costes de la energía y de las materias primas. Pedía el auxilio de las Administraciones para que adopten medidas que palien esta situación. Y añadía que no pueden subir los precios, que son intocables, porque se produciría una fuga masiva de clientes.

Quizá tenga razón y tanto gasto de más haga tambalearse las cuentas de cualquier empresa e institución, acostumbrada a manejar presupuestos ajustados. Discrepo en que los precios sean intocables. A nadie le gusta que le cobren más por nada, pero si seguimos comprando plátanos, naranjas, aceite, carne y pescado, pese a que la cesta de la compra se ha disparado, ¿por qué no íbamos a aceptar una subida razonable en la hostelería? Una cosa es que no tengamos ni para clavos y otra muy distinta que nos claven. Hay muchos bolsillos al límite, pero creo que hay factores tan importantes como el precio que espantan a los clientes de un negocio, por mucho que se vista de seda.

No conozco a Fran Redondo ni sé sus planes de futuro. Sí sé que este joven que sirve desayunos en una terraza abarrotada es un ejemplo de excelencia en su trabajo, que poco o nada tiene que ver con el curriculum, si no más bien con una actitud ante la vida. Si tuviera una empresa de lo que fuera, lo querría en mi equipo, por su actitud y su trato humano. Aunque eso me obligara a tener que pedirle el desayuno a quien lo sustituyera en su terraza.

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