Opinión | Dulce jueves

Giorgia Meloni

Cuando he viajado a Italia me ha asombrado su mezcla de caos y armonía, de dejadez y buen gusto, la máxima elegancia pasando por delante de lo más grosero en la misma escena callejera. Nunca he sabido explicármelo, y lo he atribuido a una especie de confianza ciega de los italianos en que la belleza es eterna, o a su convicción de que, después de todo, ya viven en el paraíso y todo lo demás importa poco. Quizá eso explique que Italia sea una nación de grandes poetas, delicados y sombríos, y políticos mediocres. De todos los dictadores que parió el siglo XX en Europa, el suyo es el que resulta más difícil de tomar en serio, por errático, imprevisible y dado a la pantomima. Sin embargo, a él corresponde el triste mérito de inventar el fascismo, o más bien de poner nombre a una forma de entender la política basada en el odio, la exclusión y la violencia. Desde entonces, y de aquello ya hace un siglo, la política italiana no hay quien la entienda. Y ni falta que hace, dirán seguramente los italianos.

Rebuscar entre los líderes políticos más destacados de la historia reciente de Italia es sumergirse en un mundo de sombras, entre lo siniestro (Andreotti) y lo grotesco (Berlusconi). Ahora la llegada de Giorgia Meloni ha generado unas expectativas desconocidas desde hacía tiempo en Italia, alentadas por ella misma con su llamamiento a ‘hacer historia’. Si opta por lo siniestro o por lo grotesco está por ver, aunque de lo primero existen indicios por su trayectoria vinculada a movimientos neofascistas, y de lo segundo ya ha dejado algunas pistas con ese posado al más puro estilo de las Mama Chicho.

Otra posibilidad es que Meloni sea algo más que un personaje vistoso y excéntrico, y pueda marcar una época en Italia, devolviéndole, como promete, la dignidad y el orgullo y, de paso, contribuir a cambiar el rumbo de una Europa decadente, hundida en la confusión y la desesperanza. Carlyle creía que los grandes héroes de la historia eran personas que habían sabido recoger el sentimiento de su época o que fueron capaces de ver con más claridad hacia dónde se dirigía la sociedad o qué necesitaba. Así lo fueron líderes como F. D. Roosvelt o Margaret Thatcher, políticos con sentido de la oportunidad que inspiraron a los demás y, yendo a contracorriente, construyeron consensos con un puñado de convicciones sencillas pero firmes. Ambos persiguieron grandes objetivos, no se rindieron y, lo más importante, devolvieron a sus pueblos la confianza en el futuro. ¿Existen esos líderes hoy, capaces de captar el espíritu de una época en transformación como la nuestra? ¿Lo será Giorgia Meloni? De momento la hemos visto como mujer y como madre, pero también como guerrera.

Ya se verá.

Suscríbete para seguir leyendo