La Opinión de Murcia

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Enrique Arroyas

Dulce jueves

Enrique Arroyas

Mundo souvenir

Deformada por el exceso y falseada por la falta de criterio. Así aparece la realidad cuando uno se asoma a ella por la ventana de los medios, que son nuestra medida de las cosas. Mientras el telediario avanza al ritmo ceremonioso de la liturgia del luto monárquico, me pregunto si es necesario que nos transmitan en directo cómo sacan el féretro de la reina del castillo de Balmoral y a continuación cómo el coche fúnebre recorre durante seis horas la distancia que lo separa de Edimburgo.

Teniendo en cuenta la desproporción entre la escasa atención que se le prestaba a la reina en vida y el fervor que se quiere despertar a su muerte, sospecho que asistimos a un episodio más del mundo ficción en el que vivimos y que, en realidad, a quien estamos despidiendo es más al personaje recreado en la serie The Queen que a la persona real. Si repasáramos la hemeroteca veríamos cómo hay más menciones a la reina de ficción que a la real, figura declinante de actos protocolarios o relegada a las páginas del corazón. ¿Qué significa esto? No lo sé, pero es aburrido y estúpido, como todo lo que se hace en la televisión en estos tiempos, y que es lo que ocurre cuando se pone la inteligencia al servicio del entretenimiento sobre las cosas serias. ¿Y en las redes? Al menos allí los cínicos no disimulan que lo son…

Con la muerte de Gorbachov, el último presidente de la Unión Soviética, ha pasado justo lo contrario. El pobre despliegue informativo ante su desaparición contrasta con su omnipresencia en los medios durante muchos años. Él sí fue un personaje políticamente relevante, tanto que sus actos cambiaron la historia. Mientras la reina se convertía para nosotros en una graciosa figurita de escaparate, Gorbachov se atrevía a reconocer la gran mentira de un imperio y así abría el mundo al futuro. Mientras la reina nunca dio entrevistas a medios de comunicación, las palabras de Gorbachov derribaban muros. Durante años formó parte de nuestras vidas, hablábamos de él, discutíamos con fervor sincero sobre cada paso que daba, lo vimos día tras día en el centro del mundo, trágicamente, sin red ni protocolo, en la grieta que iba a desgarrar ese mundo.

Recordar a Gorbachov nos permitiría comprender muchas de las cosas que están pasando hoy, pero eso exigiría el esfuerzo de tomarse en serio las cosas, llevar la mirada a la realidad. Preferimos la información de pompa y circunstancia, la realidad congelada de las tiendas de souvenirs. Así nos traen cada día los medios la prueba de que estuvimos donde en verdad no estuvimos.

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