Con la mirada puesta en alcanzar el nacimiento del Ródano partiendo de sus bocas, en la Provenza francesa, tras franquear la frontera del nuestro con el país galo y con la intención de volver en nuestro viaje de regreso por su curso natural hasta la desembocadura en la Camarga para visitar Arlés y Nimes, José Luis Montero y yo remontamos corriente arriba como dos salmones, visitando la Aviñón de los 9 Papas, y paseando por la coqueta Chamonix, cuajada de heladerías y repleta de aficionados a la montaña que tienen aquí un amplio repertorio de comercios de primeras marcas donde equiparse. Lejos queda aquella otra de hace unos años en la que podía verse a montañeros satisfechos por la camaradería del esfuerzo físico previo que se entregaban con deleite al premio de la cerveza compartida.

La caída de la tarde nos sorprendió cerca de Argentière, desde donde iniciamos a la mañana siguiente el ascenso al glaciar de Le Tour, próximo al Montblanc, en una jornada intensa y catártica que me deparó el regocijo de llegar al refugio de Alberto I construido en 1959 y remodelado en 2012, situado junto al del mismo nombre de 1930, que con solo 30 plazas sigue siendo el utilizado en la estación invernal, frente al mismísimo glaciar. Después de seis horas de marcha, regresamos contentos y exhaustos al punto de partida tras cerca de cuatro horas por un sendero que a manera de balcón se asoma al valle y desde el que puede verse el Col de Balme en el límite con Suiza. Los accesos de llanto que en la subida me desbordaron y que, según mi compañero en la aventura de vivir, se debían a la fatiga y a la conciencia de nuestra insignificancia frente a la majestuosidad de la Naturaleza, tenían además otra causa personal tan poderosa o más que aquellas: la reiterada conciencia de la irreversible pérdida de mi madre.

De la primera subida al Montblanc, en 1786, protagonizada por Jacques Balmat y el doctor Michel Gabriel Paccard con la intención de probar la influencia de la altura en el descenso de la presión atmosférica, se han cumplido los 236 años este mismo lunes. Un año más tarde, acompañado de Balmat y otras dieciocho personas, Horace Benedict de Saussure culminó la ascensión al que, hasta que le usurpó el título el Elbrús, en Rusia, fue considerado el monte más alto de Europa.

El célebre poeta Petrarca se considera precursor en el alpinismo, pues según él mismo cuenta en una carta a su amigo Francesco Dionigi, inspirado por un pasaje de Ab urbe condita de Tito Livio, en 1336 ascendió el Monte Ventoso, en la Provenza, por el mero placer de hacerlo. 

Continuará…