Opinión | Sinequanon

Tip-Top

Charo Guarino

Charo Guarino / L.O.

Apenas entrar en Suiza dirigimos el rumbo a la meta que había sido la brújula de nuestro viaje: el nacimiento del Ródano, en el Furkapass, que sirve de escenario de la persecución automovilística en Goldfinger, con Sean Connery en el papel de agente 007. Tras visitar el corazón azul del glaciar en la gruta excavada cada año en su interior nos encaminamos a los pies del lago formado por los sedimentos y el agua del deshielo, prueba de que su integridad se va minando a un ritmo alarmante. Repentinamente resbalé sobre un montón de arenilla y pequeñas piedras y caí percibiendo al punto un chasquido que me provocó un doloroso escalofrío. La rápida reacción de un bombero jubilado que, como la médico muniquense que se me acercó y cayó junto a mí, se mantuvo a mi lado en todo momento, favoreció que en poco más de una hora un helicóptero del Rega me recogiera y tras media hora de un vuelo que habría disfrutado muchísimo en otras circunstancias, aterrizara en la azotea del hospital de Altdorf, pueblo célebre por la leyenda de Guillermo Tell. 

Mi compañero, José Luis Montero, las personas anónimas que me auxiliaron, el médico y el personal paramédico del helicóptero, como Fabrizio, que decidió que el mejor sitio donde podrían atenderme era el nuevo Kantonsspital Uri, inaugurado hacía apenas quince días, y cada uno de cuantos se hicieron cargo de mi cuidado durante la semana que duró mi ingreso, mostraron una empatía extraordinaria, tan de agradecer cuando fuera de casa y accidentada te sientes especialmente vulnerable, que queda sintetizada en la palabra que escuché por primera vez y de forma reiterada con evidente satisfacción por el trabajo bien hecho en boca de Christoph Gamma, quien me recolocó los huesos con maestría y fabricó con pericia de sastre una bota a medida que impidiera la luxación mientras la cirujía no fijaba las fracturas, y otra posterior a la intervención con la que acabaré el verano. Tip-top, junto al gesto de los pulgares hacia arriba y de una sonrisa, me evoca el rostro amable y la delicadeza extrema de Marianne y de otras enfermeras (Rita, Mira, Nadine, Lucia…), las jovencísimas auxiliares bajo la dirección de Corina o Celine, el doctor Uwe Erdmenger, que me intervino, Jeroen van Schaick, que me dio el alta, y Laura Baltruskeviciute, que me hizo sentir su profesionalidad y su dulzura, Mirko y Valeria, técnicos de radiología, que corroboraron la fractura de tibia y peroné que se adivinaba, los anestesistas que monitorizaron la sedación, Ana María, la celadora ‘cento per cento italiana’ que me llevó a quirófano, la mujer de la limpieza, tocaya y compatriota, que a mi entrada al mismo me saludó con alegría deseándome suerte, la fisioterapeuta que me enseñó a subir y bajar escaleras con muletas, el personal de urgencias, administración y catering, digno de un tres estrellas Michelín, la adorable Zuzana Zaccari, un auténtico ángel de la guarda políglota de bata azul, y, por último, mi compañera en la habitación 228, Margritt Schunck, a quien de forma misteriosa ha puesto la vida en mi camino en este preciso momento. Espero volverla a encontrar completamente sanada para brindar juntas con un común tip-top.

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