Ser un sabio despistado responde a un cliché al que estamos habituados. A Juan Sáez Carreras no le quedó más remedio que ser sabio quizás para equilibrar la alta componente de atolondramiento que le ha acompañado desde tiempo inmemorial. Juan Sáez es capaz de perder un DNI y no encontrarlo hasta meses después, al descongelar un pollo del congelador, en cuya compañía había encerrado el carné de identidad. O de ponerse ropa que no combina en absoluto. O de tantas y tantas cosas que otra gente, quizás menos vital y más apegada al pensamiento único, rígido e inmóvil, o inmovilista. 

En contrapartida, Juan es capaz de hablar con cualquier contertulio de literatura y de cualquier circunstancia emparentada con la cultura, o con la pedagogía, su devoción y profesión desde tiempo inmemorial. Es la componende sabia de la célebre dicotomía presumiblemente bifronte o palíndroma, tan acusada o casi, como su proverbial despiste por las cosas de este mundo. O hablar de cine, saltando de autor en autor, de actor en actor, de guionista en guionista o de serie en serie con la velocidad con la que Johnny Weissmüller iba agarrando y soltando lianas cuando buscaba a Jane.

El cine fue la primera circunstancia que nos reunió, allá por mediados de los 80, siendo él un joven profesor de Pedagogía recién llegado a la Universidad de Murcia desde la de Valencia y yo un aún más joven loco por el cine -los dos lo éramos-. A la propuesta de nombramiento de director del Aula de Cine por parte del equipo del Rector Soler -a través del vicerrector Fernando Muñoz- su respuesta fue afirmativa, con una sola condición, que le acompañara Pascual Vera -es decir, el menda- como subdirector. 

En los casi 40 años transcurridos desde entonces hemos coincidido en multitud de batallas, en viejas aspiraciones universitarias que quedaron en agua de borrajas y en otras muchas felizmente culminadas, en cientos de proyecciones organizadas o disfrutadas, en veladas gastronómicas y dialécticas, en jornadas, ciclos y, sobre todo, en la vida.

Juan me acompañó como director de tesina y tesis, un director contentadizo y escasamente rígido, tanto que siempre me decía que iba por buen camino, sin ejercer de brújula orientadora. «El único problema de Pascual es que escribe demasiado bien», comenzó a comentar mi tesis de licenciatura junto al tribunal cuando la defendí, produciendo mi rubor ante todos. 

Yo tengo que decir, en contrapartida, que Juan siempre ha tenido un problema, no sé si grave: que ha sido incapaz de vivir la vida si no ha sido en compañía. En la de sus muchos amigos y compañeros, de trayectoria vital o profesional -»Acompáñame a la esquina», decía cuando se trasladaba para no darse el disgusto de hacer doscientos metros solo-. Uno se imagina a Juan solo exclusivamente cuando redacta, piensa o trabaja en unos de sus muchos artículos y libros que han impulsado su especialidad y por los que, hoy por hoy, decir su nombre, Juan Sáez Carreras, es nombrar a uno de los principales referentes de la Pedagogía social de toda España.

Profesor jubilado de la Universidad de Murcia Catedrático de Pedagogía Social y otrora subdirector del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de Murcia, aparte de sus numerosas publicaciones en otras ramas pedagógicas. Hablar hoy de Juan Sáez es hablar de una de las referencias más importantes en su ámbito. Quizás el sabio venció finalmente al despistado.