Ha llegado el verano y poco a poco, aún con ocupaciones que interrumpen de vez en cuando el idilio, vamos entregándonos al ocio en el ansiado descanso que viene a apartarnos de la rigidez de la rutina habitual de la vida cotidiana, o cuando menos a hacer planes para las vacaciones que empezamos a vislumbrar en un anticipo de lo que viviremos con la intensidad de lo deseado y efímero. La diversión nos distrae de las obligaciones, y muchos empiezan a ‘hacer su agosto’. Pienso en lo curioso que resulta el hecho de que dos términos antitéticos formen parte de un mismo sintagma, pues el ocio se presta a que de él se haga negocio.

En latín, el otium, el descanso, no necesariamente implicaba inactividad ni indolencia, como parece sugerir hoy día, al menos a priori. Cicerón señala el otium cum dignitate (es decir, con dignidad), para matizar y precisar la cuestión. No se trata de tumbarse a la bartola y que aquí me las den todas. O sí. Cada cual sabrá. Yo desde luego prefiero ese descanso que no se priva del cultivo del intelecto, sino que, aprovechando la época estival, circunstancia especialmente propicia para quienes no se dedican al sector servicios -que precisamente ahora experimenta su máxima actividad-, permiten el relax y facilitan que podamos hincar el diente a la pila de libros que se acumulan a la espera de que les echemos los ojos encima, junto a otros hobbies aparcados que emergen de las sombras para recobrar un lugar preponderante, como espejismo del paraíso soñado de la jubilación, en la que ciframos la esperanza de poder dedicarnos en exclusiva a lo que más nos satisface. 

El negocio (nec otium) es etimológicamente lo contrario al ocio, y, aunque generalmente lo relacionamos con la actividad mercantil, no es este su origen. El otium entre los romanos era también sinónimo de paz, pues siendo como fueron los descendientes de Marte un pueblo eminentemente marcial, valga la redundancia, y que como tal se señaló por su afán imperialista y conquistador, el momento del ‘negocio’ era aquel en el que se iniciaban las campañas militares, al comienzo de la primavera, y durante mucho tiempo del año, el mes de marzo, que evoca en su nombre al ya referido dios olímpico.

Hoy día la guerra desgraciadamente sigue siendo un negocio, en la acepción del término al que antes nos referíamos, seguramente el más lucrativo de los que existen.

Entre ocio y negocio, creo que corresponde, con los límites que el sentido común impone, que cada hijo de vecino (yo prefiero ‘cada quisque’), se dedique a la actividad que más placer le depare, y tome aliento para volver en septiembre con energías renovadas.