La Opinión de Murcia

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Mónica López Abellán

Café con moka

Mónica López Abellán

Voyeurs

Sin duda, la biografía de una persona influye de forma definitiva en su obra, su trabajo y su legado. El mismísimo Andy Warhol reconocería, siendo ya uno de los principales iconos del Pop Art, que el ‘encierro’ que vivió en su infancia por su hipocondría y el rechazo que sufrió en la escuela como consecuencia de la afección que padeció, el ‘mal de San Vito’ o Corea de Sydenham (una enfermedad del sistema nervioso que le provoca espasmos en sus extremidades y la pigmentación de la piel) sería una etapa crucial en el desarrollo posterior de su personalidad, habilidades y gustos. Tampoco, por ejemplo, la producción de Frida Kahlo hubiese sido la misma sin aquel fatal accidente de autobús al volver de la escuela que le provocó una evidente limitación motriz acompañada de fuertes dolencias y constantes operaciones quirúrgicas y tratamientos médicos. 

Sin embargo, hay una diferencia insondable entre lo que podemos denominar datos o referencias biográficas de una personalidad y la actual tendencia a usurpar y desnudar la vida privada de cualquier personaje público, sintiéndonos, además, decididamente autorizados por el simple hecho de su popularidad. Sin embargo, a mí, esta práctica tan común, me resulta completamente obscena e indecorosa. 

Parece mentira que en la era de las páginas webs, las plataformas de televisión y las redes sociales, con un acceso libre e ilimitado a cualquier tipo de contenido, incluso al erótico o pornográfico (quién se acuerda ya de aquel codificado Canal+ de nuestra infancia y adolescencia) el vídeo íntimo de un presentador de televisión desate tal curiosidad, hasta el punto de correr de teléfono en teléfono como una ‘bomba informativa’. Más allá de las connotaciones delictivas que este hecho pueda tener, me resulta paradójico e inmoral. 

No solo no me interesa con quién mantiene relaciones el susodicho, siéndole infiel o no a su mujer o si mantienen o no una relación abierta, mucho menos me apetece ser espectadora de sus encuentros furtivos. 

Y lo peor de todo es que detrás de este interés no se esconde ningún tipo de excitación o placer sexual, como en el caso de un voyeur, sino que la única necesidad que se cubre es la del fisgoneo y la intromisión más cutre. Siendo, además, un gesto de poca y mala educación. 

No confundamos indagar en la biografía de Picasso para entender y explicar su obra, con bucear en el morbo de sus múltiples relaciones ‘amorosas’. Como decía Cicerón ya hace milenios, «quien cuida su huerto no hace daño en huerto ajeno». Así que, ¡a nuestros quehaceres, hortelanos!

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