La Opinión de Murcia

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Herminio Picazo

Verderías

Herminio Picazo

Atención, incendio

Los grandes fuegos de estos días en otras zonas de España demuestran que estamos en una época de peligro crítico de incendios forestales. Los especialistas dicen que la probabilidad de incendio se dispara cuando se cumple la ‘regla del 30’, o sea temperaturas por encima de los 30 grados, viento de más de 30 kilómetros por hora, y una humedad relativa por debajo del 30%. Aunque la regla no siempre se cumple, la combinación de estos factores es un cóctel meteorológico que provoca pesadillas entre los equipos de extinción y los afectados.

Ocurre, además, que tanto los factores meteorológicos del verano como la temporada en la que predominan se ven exacerbados como consecuencia del cambio climático. Situaciones de clima más extremo y periodos más amplios en los que el monte, agostado por el sol y cargado de combustible, queda a expensas del cigarro, la quema agrícola o la barbacoa mal apagada, el rayo, la chispa de la maquinaria, la bengala o, en la más vomitiva de las causas, el desaprensivo o el especulador.

De momento, en esta temporada todavía no tenemos nada grave que apuntar en nuestra región. Y esperemos que siga siendo así gracias al trabajo de los dispositivos de vigilancia y extinción forestal que despliega la Comunidad Autónoma y que desde hace años vienen demostrado su eficacia.

El fuego supone un gran daño ecológico y un duro golpe para todos nosotros, a pesar de que en nuestros ambientes mediterráneos la vegetación natural está preparada para usar el propio fuego como estrategia de rejuvenecimiento de los ecosistemas forestales. En nuestras latitudes el problema de los incendios no es tanto su número como su extensión y su recurrencia. Incendios grandes o fuegos que afectan reiteradamente al mismo lugar son eventos alejados de la dinámica histórica natural del bosque mediterráneo, y estos son los incendios más dañinos.

Los incendios vienen fomentados por el cambio climático, pero su razón de base está en el alejamiento contemporáneo de nuestra sociedad en el uso del monte. Cuando vivíamos más en conexión con el medio forestal, el monte importaba más y estaba mejor gestionado. Sus habitantes servían de inmediatos vigías y actuantes, el leñeo limpiaba rutinariamente los restos que ahora ni todos los presupuestos públicos podrían abordar, los paisajes en mosaico con cultivos actuaban de cortafuegos, los caminos estaban accesibles porque eran necesarios para la propia gente.

Es cierto que los incendios de verano se apagan en invierno, con las medidas de prevención que se puedan tomar. Pero hay que ir más allá en esta conclusión y pensar que contra el fuego también debe intervenir la ordenación del territorio y la política agraria y forestal. Si se consiguiera una mayor presencia económica del monte, si se recuperaran viejos modos de uso, habitación y valoración del medio forestal, los incendios volverían a ser un factor más de la dinámica de los ambientes mediterráneos y no exclusivamente una noticia triste en las páginas veraniegas de sucesos.

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