La Opinión de Murcia

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Andrés Torres

Cartagena D.F.

Andrés Torres

Meteorito

¿Qué harías si te dijeran que un meteorito arrasará con la Tierra en una semana? Además del argumento del bodrio de película que nos tragamos el año pasado, la pregunta es el punto de partida de un trabajo en equipo de religión que ha hecho mi hija con otras cinco compañeras. Las respuestas fueron diversas y variopintas, para todos los gustos, pero hubo un punto que todas ellas señalaron como una prioridad: «Estar con mi familia».

Ojalá todos tuviéramos la suerte de que nos avisaran de que se acerca nuestro fin, aunque solo fuera con siete días, con sus siete noches, por delante. La realidad es que ninguno sabemos el día y la hora y, a veces, a quienes apenas les damos unos meses de vida, aguantan más que los que rebosan salud y energía. Nadie, absolutamente nadie, sabe el momento exacto de su muerte, salvo aquellos que han decidido quitarse la vida o que se la quiten bajo el amparo de una legislación que se presenta como progresista, pero que solo disfraza de eufemismos la cruda verdad.

Un amigo me decía hace pocos días que últimamente pensaba mucho en ese momento final, pero más como algo repentino e inesperado, sin ningún tipo de programación ni asistencia, lo que le conducía a reflexionar a su relación y comportamiento con los demás y, en especial, con sus seres más queridos. Comentaba que nunca sabes cuál es el último momento en que vas a ver a tu hijo o a tu madre. «La vida es como muchas secuencias de una película en la que, de repente, se te corta la cinta y te deja sin la oportunidad de concluirla con el final que te gustaría», apuntaba. No se trata de ponerse especialmente metafísicos ni de pecar de sensibleros, o sí, pero es evidente que muchos nos acostamos una noche sin habernos despedido de alguien que a la mañana siguiente ya se ha ido. Y eso nos cambia la vida para siempre.

Quizá sería insorpotable y, por qué no decirlo, hasta pedante y petulante ir lanzando besos, abrazos y te quieros por doquier, pensando en que puede ser la última vez que nos veamos. Tampoco debemos castigar nuestra conciencia por no haberlo hecho más de lo que nos hubiera gustado, una vez se han esfumado las oportunidades. Lo que sí podemos hacer es afrontar la vida con la relatividad necesaria que nos enseñan estas experiencias difíciles, sonreír más y enfurruñarnos menos por tantas y tantas miserias y nimiedades que carecen de la más mínima importancia.

Siempre nos parecerán muchos los abrazos y los besos que ya no podremos dar. Y muy pocos los que les hemos dado a quienes más hemos querido en este mundo, cuando ya no están. Lo que debemos intentar es que esa respuesta en la que tantos de nosotros hubiéramos coincidido con mis hijas y sus compañeras sea una realidad, pero sin necesidad de que nos amenacen con una cuenta atrás, porque lo normal será que nadie nos avise de nuestro meteorito.

Y otro día, si quieren, hablamos de baloncesto o de lo que ustedes quieran. Porque ya lo decía un tocayo mío: «La vida puede ser maravillosa».  

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