La Opinión de Murcia

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Javier Lorente

Agua de mi aljibe. Crónica desde Cartagena

Javier Lorente

La convivencia en juego

Hoy no es 6 de diciembre, hoy no hay campañas públicas ni programas especiales sobre la Carta Magna que recoge las leyes más importantes que rigen nuestra convivencia. Es cierto que el Parlamento, donde trabajan quienes desarrollan y actualizan la Constitución, se ha convertido en un patio de vecinos, incluso en un reality show retransmitido y filtrado por todos los medios, mientras nosotros somos apasionados espectadores, insoportables y enfrentados forofos o hastiados sufridores de un espectáculo que muchas veces es detestable. No se me oculta que, dentro y fuera del Congreso, hay quienes se vuelcan incansablemente en desprestigiar esta institución que debería facilitar el entendimiento entre los españoles, en su diversidad. 

A parte de las declaraciones de intenciones, el oportunismo, la hipocresía o el uso sesgado y acomodaticio de sus artículos, siguen habiendo muchos a quienes les gustan más unas partes de la Constitución que otras y por ello subrayan unos artículos u otros, según les venga bien. A unos, por ejemplo, les parece más importante la figura del Rey que la soberanía del pueblo, o la unidad del territorio más que los derechos de los que habitan en él. Pero no se puede esconder algo tan fundamental como la igualdad garantizada en sus artículos, aún teniendo distintas procedencias, distinto género, raza, religión, variadas circunstancias familiares, sociales, intelectuales, laborales, o económicas.  

Todos somos considerados iguales ante la ley y estamos amparados por ella para una convivencia en Libertad, con mayúsculas, que es mucho más seria que aquella de chichinabo que sólo te sirve para tomar cerveza en una terraza sin encontrarte con tu ex, sobre todo si eres hombre, porque si eres mujer aún debes ir acompañada de tu padre, tu marido o tu novio, que si te violan es porque eres una malcriada, por no decir una fresca (entiéndase la ironía). 

La Constitución consagra el papel fundamental de la descentralización en regiones autónomas o nacionalidades, y señala el papel fundamental de los partidos políticos, los sindicatos de trabajadores y las organizaciones empresariales. Tampoco hay que olvidad los artículos que hablan de que somos un Estado social y derecho en el que el Estado se preocupa por el bienestar de todos, que tienen derecho a una vivienda y a sanidad y educación públicas y a la Seguridad Social propugnada por el Estado. 

También nos reconoce el derecho a manifestarnos, dar nuestra opinión, aunque sea discrepante, a la libertad de prensa, a la participación en la vida pública… En fin, ya sé que todo esto nos suena y que creemos que lo sabemos, pero a veces tiene uno la sensación de que aparcamos la Constitución en la leja de los libros de ficción y mientras algunos la utilizan como arma arrojadiza, para darse de mamporrazos los unos contra los otros, las gentes de a pie nos vamos conformando, en el día a día, con la creencia de que nuestras leyes, como la legislación laboral, son muy bonitas, pero luego los patrones y quienes cortan el bacalao hacen de su capa un sayo tragón y a los vulnerables solo les queda aguantar.

Se suele decir que la democracia es el menos malo de todos los sistemas políticos y la historia y la realidad nos demuestran que todos los que acceden al poder vendiéndonos la moto de que son los salvadores, que todos los políticos son iguales, menos ellos, que no lo son, que la política (la democracia) está corrompida y ellos lo van a sanear todo, que la libertad se ha convertido en libertinaje, que la culpa de todo la tiene un enemigo diferente, de otro color, otro pensamiento, otra religión u otra procedencia… al final, todos estos, vayan a caballo o en caros automóviles de lujo, terminan llevándonos al desastre, a la derogación de las conquistas sociales, la derogación de las leyes democráticas y al incremento de la violencia y la desigualdad, por no decir de la guerra. Eso sí, cuando quieren acceder al poder, no tienen escrúpulos para utilizar campañas basadas en la manipulación, la mentira, en la compra de partidarios y, sobre todo, en el miedo. 

Uno sueña con la necesaria modernización de la derecha española, tal como en su día hizo la izquierda mayoritaria, que, por mucho que conserve palabras como socialismo, comunismo o revolución, se dejó de dogmas caducos y veleidades utópicas. Pero en la Europa avanzada y democrática, también hay un resurgir de la ultraderecha, como en Estados Unidos o Brasil, que es un virus que se ha introducido en el sistema y que se quiere apropiar de él para destruirlo desde dentro. 

No vamos a escuchar consignas como ‘abajo la inteligencia’ o ‘la democracia está corrupta, hace falta un Gobierno con autoridad y verdad’, al contrario, hablan de defender una Constitución, que en realidad detestan en todo su contenido de defensa de la libertad, la igualdad y el Estado social y de derechos para todos. Uno a veces cree que puede que sólo sean unos populistas que envenenan a la masa, dándole un chivo expiatorio y diciéndoles lo que quieren oir, pero que en realidad ellos sólo son unos oportunistas que quieren hacer negocio e instalarse en el poder, pero que en realidad no se creen esas burradas que sueltan por sus bocas. Pero ¿y si se lo creen?

Con una pandemia mundial, con su consiguiente crisis social y económica, y con una inadmisible guerra a las puertas de Europa, hemos dicho muchas veces que todos deberíamos estar remando en la misma dirección, tejiendo lazos y aunando esfuerzos, en lugar de aprovechar las dificultades para hundir el barco en el que vamos todos con tal de acabar con el gobierno que lo capitanea. Es inaudito que, pese a todo, las cifras económicas en nuestro país son mejores de lo que cabría esperar. Pese a todo lo que se dijo por la oposición, la nueva legislación laboral no nos ha traído el apocalipsis, sino un incremento de los contratos fijos y una bajada del paro y, pese a lo que se grita cada día, el gobierno de coalición, con sus dificultades (lógicas en todos los gobiernos de coalición europeos, porque aquí es algo inédito), no solamente no ha roto España, sino que está implicando en la gobernanza a los partidos catalanes y vascos. No es precisamente en este momento y con este Gobierno al que se negó su legitimidad desde el minuto uno, se tilda de ‘socialcomunista’, se insulta y se demoniza, cuando el peligro de rotura de España se vea inminente. Más bien fue con el anterior de Rajoy, cuando la cosa estuvo a punto de explotar por los aires en Cataluña y las heridas que ello produjo aún habrá que cuidad para que cicatricen. Pero a algunos no les interesa que los problemas se solucionen y las heridas se curen, sino, al contrario, no hay nada peor para ellos que el acierto del gobierno o que se mantenga la paz social y territorial, el acuerdo entre sindicatos y trabajadores y entre unas regiones y otras. 

Desesperados por echar leña al fuego y que arda Roma. No han aprendido nada del fracaso de la estrategia de Casado, que no cayó por el pulso contra la populista y ambiciosa Ayuso, sino por una vacilante, absurda, infantil y exagerada estrategia de querer competir con la ultraderecha en ver quién insulta más. Feijóo no debería dejarse arrastrar, ni por cálculos electorales, por competir con quienes más gritan, más insultan, más mienten, más niegan lo evidente o más desprecian a los otros. Tal vez así se pueda salvar y sanear la derecha democrática, tan necesaria como la izquierda democrática. 

Nuestra democracia no puede ir para atrás en el cumplimiento y desarrollo constitucional. Está en juego la convivencia y la calidad democrática en Andalucía, Murcia y en toda España. 

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