La Opinión de Murcia

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Divinas palabras

María de Magdala

"Si en un texto aparece una mujer, es que hubo decenas; si aparecen varias, es que hubo centenares; si una ocupa un lugar de cierta importancia, es que fue una líder..."

El Evangelio de Juan es el que la Iglesia elige cada año para leer los acontecimientos de la Pasión y Resurrección de Cristo. Es un documento tardío, con varios autores que intervinieron en su redacción y un proceso teológico muy acusado, por lo que tiene un segundo lugar en la investigación sobre el Jesús histórico. En muchas ocasiones es utilizado para confirmar o refutar datos.

La lectura elegida para el Domingo de Resurrección recoge el momento en que María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer del primer día de la semana. Según Juan, echó a correr, como corresponde a una mujer en la mentalidad patriarcal, y fue a decírselo a Pedro y «al discípulo a quien Jesús amaba». Estos dos varones serán, según este Evangelio, quienes llevarán el anuncio de la Resurrección, pues una mujer no era un testigo válido en aquellos tiempos.

Sin embargo, hay un dato que este Evangelio no puede ocultar: mientras los varones estaban escondidos, muertos de miedo, es una mujer la que se acerca a ver el cuerpo; es una mujer la que se encuentra con el Resucitado; es una mujer la garante del anuncio pascual. Para encubrir todo esto, crearon el relato de Pedro y Juan corriendo a la tumba, en un intento de tapar el hecho histórico de que son las mujeres las verdaderas creadoras del cristianismo.

De las muchas mujeres que seguían a Jesús, destacan varias Marías, pero sobre todas la de Magdala. La tradición ha intentado reducir su papel en el cristianismo primitivo, pero es la única mujer que tiene un evangelio a su nombre, el Evangelio apócrifo de María Magdalena. Las investigaciones más exhaustivas proponen que el papel de la Magdalena era similar al de Pedro en comunidades cristianas primitivas y solo el proceso de patriacalización del cristianismo la relegó a un lugar muy secundario, hasta el punto de reducir su papel al de una pecadora más, salvada por Jesús. Pero no es este el papel que nos ha descubierto la investigación sobre las mujeres en el cristianismo primitivo.

Existe un criterio de interpretación del lugar que ocuparon que puede ser aplicado sin miedo a errar. Se trata del criterio de ocultación de las mujeres y dice que si en un texto aparece una mujer, es que hubo decenas; si aparecen varias, es que hubo centenares; si una ocupa un lugar de cierta importancia, es que fue una líder; y, si vemos una tendencia a ocultar el papel de una mujer específica, como es el caso de María de Magdala, es que estamos ante una dirigente.

María Magdalena fue una dirigente dentro del movimiento de Jesús antes de la Pascua, pero sobre todo después, cuando ella se convirtió en la garante del anuncio de la Resurrección tras su encuentro (¿encuentros?) con el Resucitado. Y con María Magdalena encontramos a un amplio grupo de mujeres que, en torno a la comensalía inscrita en las tradiciones funerarias, lograron construir una comunidad alrededor de la memoria de Jesús de Nazaret, un mesías ajusticiado por el Imperio Romano y recuperado por Dios para construir una sociedad estructurada en la misericordia y el amor.

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