Aprovecho unos días en Madrid para acercarme a My name’s Lolita, una de las galerías más interesantes y emblemáticas de la capital. La dirige Ramón García Alcaraz, un cartagenero de pro, y está estupendamente situada, al lado del CaixaForum y cerquita del Museo Thyssen, del Reina Sofía y a dos pasos del Museo del Prado. Ramón es un gran galerista con reconocida y amplia experiencia internacional, todo un referente en el auge de la nueva figuración o figuración postconceptual, y en el padrinazgo de grandes pintores de la generación de los noventa, que han crecido artísticamente a su vera, como Ángel Mateo Charris, Gonzalo Sicre o Paco Pomet, cuyos cuadros veo que cuelgan estos días en la galería. Es domingo y no abre, pero allí me espera con Gosho, un inquieto Jack Russell Terrier que vigila tras el escaparate a muchos transeúntes que se asoman a ver los cuadros a través del cristal. Mientras, su amo, termina de tomarse, como todo un señor, el desayuno que le han traído de la cafetería de enfrente.

Ramón pasa la mitad del tiempo en Madrid y la otra en su casa de la muralla del mar de Cartagena, con esas vistas privilegiadas, mirando al puerto y al Mediterráneo. «En Cartagena tengo amigos, familia y muertos, que también hay que visitar, y aunque soy un hombre de mundo, siempre presumo y se me nota cartagenero», me dice. Estudió Magisterio e Historia del Arte, pero me insiste en que cuente que fue al Colegio del Patronato (del Sagrado Corazón de Jesús) y posteriormente al Hispania, donde hizo el Bachillerato, unos centros educativos que dan pedigrí de cartagenero, sin lugar a dudas. Durante años ejerció de profesor de Historia del Arte y siempre estuvo vinculado a su ciudad, implicándose en su vida cultural, artística y arquitectónica en numerosas ocasiones: «Siempre he acudido sin vacilar cada vez que se me ha reclamado para dar mi opinión, aportar propuestas o colaborar, y también cuando yo he creído que había que luchar un poco». Colaboró con Lolo Galindo y otros en el apoyo a la peatonalización de la ciudad, formó parte del jurado para elegir el proyecto del Auditorio del Batel, publicó un decisivo estudio que demostraba que el muro del CIM no era original sino moderno y que se podía derribar para integrar sus instalaciones en la ciudad y, entre otras cosas, también se manifestó públicamente contra el diseño arquitectónico de la Asamblea Regional, que «no es un edificio que invite a la democracia, la verdad».

En 1988 abrió su galería en Valencia y, con los años, abrió sucursal en Madrid y en Estados Unidos. Durante muchos años llevó a sus jóvenes artistas a su stand de la Feria de Arco, a la que luego le ganó un pleito cuando en 2008 una nueva directiva lo expulsó: «Yo vendía 170 obras en ARCO y aquello no gustaba a los galeristas madrileños, que formaban parte del Comité Seleccionador y me vieron como una competencia peligrosa cuando me establecí aquí». Pero aquellos momentos duros le ayudaron, según me cuenta, para aprender más de las miserias del género humano y para hacerse más fuerte ante las adversidades. Lo cierto es que si conoces a Ramón y lo ves con su incansable sonrisa y su entusiasmo desbordante y buen rollo contagioso, mientras te cuenta mil cosas de su vida, del arte o de la actualidad, lo que menos te imaginas es que haya sufrido puñaladas en su vida o que perdiera trágicamente a su pareja, atropellado por un coche. Se le nota, ante todo, que es un ser humano luminoso y de buen corazón nada rencoroso. Me confiesa que cuando caes hasta el fondo, todo lo que te queda es ir mejorando, saliendo a flote y que «es duro que te quiten la exclusividad algunos artistas a los que les habías dado todo, pero de todo se sale y yo he demostrado que soy un currante y que me dejo la piel por mis artistas, y aunque la relación con ellos no sea de amistad, sí lo es de colaboración profesional».

Tras ARCO vinieron otras grandes posibilidades. Algunas de las galerías que le pusieron la zancadilla tuvieron que cerrar tras la crisis de aquellos años y, sin embargo, My Name’s Lolita Art participó en varias Ferias de Arte en Norte América y en 2015 el propio Banksy lo reclamó para participar en Dismaland, un histórico evento artístico en un balneario en ruinas de la costa de Inglaterra, todo un acontecimiento a nivel mundial que era como la antítesis del entretenimiento de Disneyland, lo que le supuso un espaldarazo internacional a su galería y a su artista Paco Pomet. 

Se nos va toda la mañana hablando de arte y de toda su vida entregada por la nueva figuración, desde aquellos tiempos en que era vista casi como algo conservador y retrógrado, tiempos en que la abstracción se imponía como una obligación incuestionable. Este año su galería ha participado en Urvanity, una de las ferias más interesantes que se hacen en la misma semana que ARCO. Allí pude comprobar que la figuración está cada vez más presente en los nuevos y jóvenes creadores, una figuración nada «ñoña», convencional ni «arqueológica», por supuesto y allí Ramón García y su galería eran el referente inspirador, sin duda. 

Terminamos hablando de Cartagena y Murcia, como no podía ser menos: «Yo respeto y admiro a los ciudadanos murcianos, pero yo soy cartagenero y creo que esta Región debería tener otro nombre más integrador: Región Levantina o algo así. No está bien la actitud de los políticos y mandamases murcianos que nos imponen un centralismo insoportable, nos desconectan del AVE y nos hacen pasar por el aro de su nacionalismo de cortas miras». Y quedamos en vernos en Cartagena cuando venga su amiga Lucía Etxebarría a dar una conferencia.