La Opinión de Murcia

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Elena Pajares

Mamá está que se sale

Elena Pajares

La casa de la juega

Tengo un burrico canelo, más sabio

/ que un profesó,

Con orejas de ministro, y ojos de gobernaó.

Rebusna como si fuera diputao ministerial

Y se come hasta el pesebre como

/ cualquier consejal.

Yo quisiera que a mi burro lo sacaran diputao

Porque otros siendo más burros a ese puesto

/ ya han llegao.

Pero temo que de serlo voy a quedarme sin él

Porque como allí habrá tantos

/ no lo voy a conocer

Hace unos días me mandó María Jesús este sainete de Muñoz Seca. Nos reímos al unísono, vía whatsapp. No me digas que no es de rabiosa actualidad. Es triste reconocerlo, pero la sátira que hace de la clase política resulta muy actualizada, a pesar de los años que han pasado desde que se escribió.

Quizá te haya llegado a ti también. Fue uno de esos mensajes virales que volaron por las redes. Entre otros motivos, porque esa es la imagen que tenemos los ciudadanos de la clase política. La de unos burros con ocurrencias oportunistas, con poca vista para el interés general pero mucho interés en lo suyo.

El baile de cuchillos que hemos visto hace unos días, y que ha terminado con Pablo Casado fundido por KO, ha sido un espectáculo lamentable. Pocos chanchullos tuvieron que hacerse, en plena pandemia y bajo el paraguas de la urgencia. Pero Isabel Díaz Ayuso está ahora de moda, y haberle tocado un pelo ha sonado a profanación de lo sagrado. Con su puesto lo ha pagado. No sufro mucho por él, ya sabes que antes o después nos lo tropezaremos en la mancomunidad de no sé qué, o en la oficina central de asuntos para la democracia u otra con designación equivalente. Muy rimbombante, pero sin que se sepa exactamente a qué se dedica. Es una pena, pero esa es la imagen que tenemos de la política y de los partidos políticos: la de unas agencias de colocación para afines inútiles, muchos sin estudios o con diplomas de dudoso origen, que no han trabajado de verdad en su vida, y donde sólo hay que preocuparse de que no te líen en una de esas vendettas que se montan ellos solos de vez en cuando. El interés general, o los problemas reales, es lo de menos y lo último que importa. Sólo se habla de eso en elecciones.

Hace poco, un conocido empresario decía que el éxito de un país no dependía de sus dirigentes, sino del número de empresarios honrados que había por cada cierto número de habitantes. En otras palabras: quienes crean riqueza y empleo son los que se echan al lomo su tienda o su empresa, y con sudor pagan los salarios y el rosario de impuestos. Normalmente sorteando muchísimas dificultades. Ese esfuerzo que hace el empresario crea una ola de optimismo muy comprensible, porque cuando la rueda gira, y empieza a circular el dinero, a la gente le suele entrar muy buen humor. Lo sabe cualquiera. Pero en el inicio ha habido alguien visionario, trabajador, y al que no le ha faltado la suerte, que ha tenido el valor de echarse al ruedo.

No hemos salido de la pandemia y acaba de empezar la guerra en Ucrania. Enfrente está Putin. Un superviviente de la antigua URSS, antiguo espía reconvertido en taxista o en lo que fuera para sobrevivir. Algunos lo están comparando con Hitler, por muchos motivos y no sólo por la forma de atacar Ucrania, como el otro hizo con Polonia.

Que el Señor nos pille confesados si la recuperación económica y la paz mundial dependen de los líderes blandengues y miopes que tenemos. Como siempre, la solución pasa por el trabajo de las hormiguitas trabajadoras. La clase gobernante está en la casa de la juerga de Muñoz Seca. Ellos a lo suyo.

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