Soy de la España de Raffaella, de la España de la teta al más puro estilo Delacroix y de tierras galegas. Soy de las que piensan que Eurovisión merecía renovarse o morir; desde el respeto a Salomé o Massiel, soy de las que se siente muy orgullosa por ver a grandes colegas como los Varry Brava haciendo bailar e ilusionar a mucha gente y por qué no, hacer historia para una Región como Murcia. 

Pero ¿saben qué ocurre? Que mientras nuestro país vota a nuestro representante en Eurovisión, en el mundo Putin la está liando, dirigentes de Vox salen a pasear creyéndose los Peaky Blinders, cuando sólo son la marca blanca de ropa de caza para una armería de pueblo o Pablo Casado no deja de hacer el ridículo, da igual cuando lean esto, yo estoy sumergida en una aventura que me apetece mucho contarles. 

El año pasado tuve mi primera experiencia con el mundo del rugby. Una gran amiga me brindó la oportunidad de trabajar junto a ella en un torneo internacional de rugby 7 y de contagiarme de su pasión por este deporte. Un año más tarde, en España se están celebrando unas series mundiales gracias a la valentía y pasión de una chica de Puertollano y un neozelandés. Y gracias a ellos aquí estoy desde hace un mes, sumergida en la aventura de trabajar en estas series mundiales que por primera vez World Rugby junto a Kiwi House celebran en España. 

¿Entiendo de rugby? No, pero el equipo humano que rodea a este deporte y los valores que representa me dejarán huella, lo sé. Ya lo hicieron el año pasado, pero éste, viviendo esta experiencia de quince días de convivencia y trabajo en equipo, consagro mi respeto a este deporte y al equipazo con el que he compartido esta aventura. 

12 equipos femeninos y 15 masculinos de diferentes lugares del mundo como Australia, Argentina, Sudáfrica o España han pasado estos días por nuestro país para disputar las series mundiales de Rugby Seven. Málaga y Sevilla han sido las sedes del torneo, catorce días intensos que empezaron en el Estadio Olímpico Ciudad de Málaga, lugar que se convirtió en nuestra casa durante una semana. 

Despertarse frente al mar, las cervezas y las risas con el equipo médico, el equipazo de producción con el que he tenido la suerte de aprender... La gente del Hotel Meliá Costa del Sol que tanto me han mimado para no quedarnos sin cenar cuando volvíamos al hotel después de doce horas trabajando, o los técnicos del Ayuntamiento ayudándome a solucionar un permiso para hacer una escultura en la playa de La Malagueta, o dos chicos del Club de Rugby de Málaga que me echaron una mano para cumplir una misión secreta. Nunca olvidaré mi primera vez en Málaga y lo bien que me han tratado; he prometido volver, esta vez para sentarme al sol en silencio, tomarme un espeto y beberme una Victoria bien fría. 

Pero la aventura todavía estaba a la mitad, quedaba llegar a Sevilla y tomar posesión del Estadio Olímpico de La Cartuja. Con cansancio acumulado, pero con muchas ganas de recibir al público en las gradas y escuchar a la afición animar a las Leonas y Leones, y sus palmas al ritmo de bulerías. Ha sido una semana increíble, en la que he tenido el privilegio de pisar la Real Maestranza de Caballerías de Sevilla y su albero, ese que los jugadores australianos quisieron visitar para intercambiarse las camisetas con las que jugarían el torneo de la mano del entrenador y el capitán como símbolo de honor y respeto. Un acto íntimo que antes de cada torneo los equipos realizan en un lugar emblemático de la ciudad que visitan. 

Valores: integridad, honor y juego limpio. Solidaridad, amistad, lealtad y trabajo en equipo. Pasión, sensación de pertenencia a una familia global. Respeto a los compañeros y rivales. Disciplina, fuera y dentro del campo. 

2022 no ha podido empezar de mejor manera y más intensa. Me llevo amigos, un equipo de profesionales con los que iría al fin del mundo, las ganas de volver a Málaga, un paseo nocturno por Sevilla y mucho aprendizaje. Ahora toca reposar lo vivido … A la vuelta de la esquina, el Wanda, unos palos de rugby y ver a la selección española del XV frente a Nueva Zelanda y oír el canto maorí, de la haka.

Rugby is the new black.