Quizás los dirigentes de los bancos no lo sabían todavía, y, es ahora, cuando se están produciendo movimientos de las personas mayores pidiendo que no se les putee más con los cajeros, o sin los cajeros, o con la tecnología y su conocimiento o desconocimiento, o con la falta de consideración absoluta a sus condiciones físicas, a su dependencia de cuidadores, muchos de ellos/ellas extranjeros, que tampoco suelen ser muy versados en los últimos avances digitales, quizás sea ahora, digo, cuando van a ponerle coto a estas nuevas corrientes bancarias que promulgan a los cuatro vientos su lema: «Hazlo tú mismo y vete a hacer puñetas, viejo». Como este tipo de cuestiones se comentan en centros de mayores y en salas de espera de los centros de salud, he aquí una cosecha de últimas experiencias narradas en estos u otros contextos.

Persona mayor quiere sacar de su cuenta una cantidad de dinero en efectivo de las que no admite el cajero por pasarse del máximo que entrega. Como tiene un mensaje en su móvil en el que le dicen desde su banco que «su gestora es Fulanita a la que puede llamar cuando lo necesite», hace esa llamada y la amable señora le dice que al día siguiente a las 10 puede pasar por Caja a recoger su pasta. A la hora en punto el mayor llega a la oficina y se encuentra que en la Caja hay una cola de 15 personas, muchas de ellas sin guardar ninguna distancia de seguridad, manifestando su cabreo porque solo haya un empleado para atender a toda esta gente. El hombre va a ver a su ‘gestora’ que le dice que el dinero lo tiene preparado, pero que tiene que hacer la cola. «Es que a las once tengo hora en el fisioterapeuta, por lo del hombro», dice el cliente. «Pues, entonces, lo mejor es que venga usted mañana a las 8, que es cuando abrimos, y que suele haber menos gente. Yo no puedo hacer nada». Efectivamente, el viejecillo se levanta a las 7, como cuando estaba en activo, y, cabreado como un mono, va a la oficina. Solo hay tres personas delante, en la puerta, pero hace un frío intenso, así que se pilla un resfriado y se muere. (Este final es broma, el resto es cierto).

Una mujer muy mayor debe pagar una factura en un banco donde no tiene cuenta. Va por la mañana, hace una cola de seis personas y cuando llega su turno observa que el empleado pone en la ventanilla un cartel de ‘Cerrado’. Pregunta qué ocurre, y le dicen que el horario de caja para pagos es hasta las 10 y que ya es la hora. La señora lo mira y exclama: «Hombre, por favor, que vivo muy lejos y me cuesta andar, ¿no podría usted cobrarme? Son las diez y un minuto». «Lo siento, señora pero el ordenador no me lo permite y tampoco puedo meter dinero en la caja porque se cierra automáticamente a la hora. Vuelva usted mañana». «Me cago en la leche», exclama la mujer sin ningún miramiento y se va con una indignación que le sube dos puntos la tensión arterial, pero lo aguanta, la tía, porque lleva mucho pasado en la vida para que una cosa tan absolutamente irracional la mate.

Una estupenda abogada, empleada de banca, antaño en puestos de responsabilidad en un banco, ha sido trasladada a una oficina en absoluto declive que probablemente será cerrada en poco tiempo, dentro del plan de la empresa de suprimir locales, cajeros, personal y gasto de papel higiénico. Esta mujer es la encargada de explicar a las personas mayores, que siempre han ido a sacar el dinero de su pensión a primeros de mes en la ventanilla, cómo hacerlo en el cajero. Y aquí llega el momento del que arriba les hablaba. Con infinita paciencia, esta empleada le va señalando los pasos uno a uno: «Aquí se mete la libreta, aquí se pone la cantidad, ahora se introduce el pin, …etc.». Muchos se hacen con toda la información a la primera, pero otros son demasiado mayores y les cuesta, incluso para algunos es imposible y han de ser acompañados cada vez que vienen.

Espero que los movimientos de protesta que se están produciendo sean escuchados por el Gobierno y dicte leyes que evite este asunto tan divertido consistente en que usted domicilia aquí su pensión y después se va y no se le ocurra volver a entrar en esta oficina nunca, jamás. «Al cajero, oiga, al cajero».