Opinión | Dulce jueves

Amargarse la vida

Enrique Arroyas

Enrique Arroyas

Hay un libro de Paul Watzlawick que se titula El arte de amargarse la vida. No lo he leído, pero cada vez que me tropiezo con él su título atrae mi atención y me cuesta sacármelo de la cabeza. Al parecer, existen infinitas formas cotidianas de amargarse la vida de las que apenas somos conscientes, pero frenan nuestro crecimiento personal. Últimamente me da por pensar que vivir pendiente de las noticias podría ser una de esas artes. Dejamos que el mundo invada cada minuto de nuestra existencia. Podemos considerarlo un deber cívico, pero es agotador y, cuando empezamos a sospechar que también es estéril, nos conduce a la amargura. Cuando me encuentro con alguien que vive al margen, se me activa el piloto automático de la evangelización informativa: puedes pasar de la política, pero la política no pasará de ti, más bien te aplastará sin que te des cuenta, y estar pendiente es la forma que tenemos de intentar evitarlo.

Lo último que necesitábamos era que las pantallas se llenaran de bustos de coroneles en las mesas de debate e imágenes de tanques blindados surcando la nieve. Una vez más no es el sufrimiento lo que causa amargura, pues forma parte de la condición humana, sino la estupidez con la que se trata el sufrimiento. Lo que amarga es la charlatanería, como si no acertáramos a cambiar el tono cuando dejamos de chismorrear sobre el consorte de una infanta para tratar un conflicto bélico. Lo que amarga es la impostura de fingir que nos interesa lo importante cuando en realidad rebajamos lo importante a nuestro interés, como la del presidente convertido en un muñeco de guiñol de ceño fruncido rodeado del atrezzo de gran estadista. Lo que amarga es el cinismo que todo lo vuelve falso, tan explícitamente expresado por ese líder que iba a reinventar la democracia: «Ahora que ya no soy político, puedo decir la verdad».

Los medios pueden ser maestros de charlatanería, impostura y cinismo. Creo que las televisiones lo son, de forma irremediable, con su sensacionalismo y banalidad, sus escraches del corazón. Pero las redes sociales las han superado, como trincheras de odio en la nieve sucia del espacio público. Es urgente rebelarse contra el juego televisivo y digital, donde nada es verdad porque a nadie le importa la verdad. Una forma de hacerlo es dar un paso al lado. Salir de ese mundo artificial para ver el mundo verdadero.

¿Qué significa estar vivo?, le preguntan a la antropóloga Jane Goodall. «Estar vivo es ser consciente de todo lo que nos rodea. Ahora mismo estoy mirando por la ventana y veo la haya a la que me gustaba trepar cuando era una niña. Para estar realmente vivos tenemos que estar vivos cada segundo. Y estar abiertos al amor y a la alegría, al respeto y a la compasión». El arte de vivir empieza por mirar menos las pantallas y más por la ventana.