Ayer se celebró el día contra la violencia de género y los medios de comunicación llenaron sus espacios con amplias y necesarias referencias a esta lacra contra la mujer que cada día nos es más urgente erradicar. Es penoso que en este tema, pese a las evidentes estadísticas, también haya negacionistas de los que siempre salan diciendo que los hombres también son maltratados y que hay que hablar de violencia en general o eso que llaman violencia familiar y que «yo conozco un caso de una mujer que pegó a su marido». Lo cierto es que hay que luchar contra cualquier violencia, pero lamentablemente, los números cantan con gritos de mujer. 

Hoy ya es otro día, ese que llaman viernes negro, dicho sea en inglés, y que cada año atrae, como el jalogüín, más adeptos a las costumbres consumistas importadas, desdeñando las propias y convirtiéndolo todo en un carnaval hueco repleto de excesos. Tal vez deberíamos sosegarnos un poco, echar el freno a esta locura que nos lleva a ir de día en día internacional y de día reivindicativo en día consumista. Está bien que no olvidemos causas tan necesarias como la paz, la igualdad, el medio ambiente, la justicia, la infancia, la vejez o la mujer, pero deberíamos intentar que fueran prioridades que nuestra sociedad debe mantener durante todo el año y que no nos sirvan para el postureo de dárnoslas de solidarios simplemente cambiando nuestro estado en las redes o nuestro lazo en la solapa. Estaría bien que además de ir pasando la vida, como buenamente podamos la mayoría, o viviendo a lo grande, unos pocos, dedicáramos una parte de nuestro tiempo al servicio de los demás, no como negocio, ni siquiera como trabajo, sino como una contribución altruista a un mundo mejor, antes de que el actual colapse. 

Hay que escuchar y aprender de las mujeres en todo y en este asunto de la violencia de género no deberíamos contradecirlas, ni darles lecciones ni, mucho menos, hablar por ellas, así que yo debería callarme y solo voy a expresar aquí mi solidaridad, mi respeto y mi dolor por todas las que sufren por parte de mis congéneres y por una sociedad que aún tiene un largo recorrido para llegar a ser igualitaria, justa y fraterna. La violencia, de cualquier tipo, ejercida contra las mujeres, es la prueba del algodón de nuestro fracaso como especie. Se nos llena la boca de hablar de vosotras como nuestras musas, nuestras compañeras, nuestras reinas o nuestras diosas, pero hemos de reconocer que los hombres aún no hemos asumido que sois el verdadero sexo fuerte e inteligente, no sólo el sexo bello. Vuestra fortaleza nos asusta y vuestra independencia hace reaccionar a los más ruines con la peor de las cobardías que es la del maltrato, el abuso, el control y las prohibiciones.

Tras las grandes guerras de la humanidad se crearon organismos como las Naciones Unidas o la Unión Europea, que, con luces y sombras, intentan velar por la convivencia entre países y culturas, promoviendo la cooperación y las relaciones pacíficas. Tal vez ha llegado el momento de crear un organismo internacional que vele por una entente cordiale entre los hombres y las mujeres, promoviendo políticas de igualdad, respeto, libertad y paz entre los hombres y las mujeres, sean de un continente u otro, de una religión u otra, de una etnia u otra. Las revoluciones, con sus excesos y sus aciertos, generalmente siempre han sido encabezadas por los oprimidos y nunca por quienes estaban tan a gusto en la cúspide. Puede que la próxima revolución esté encabezada por las mujeres y ojalá lleguen al poder. No niego que algunas mujeres han asumido la mentalidad de lo que llaman el patriarcado y son las primeras en desprestigiar a todas las que luchan por la igualdad, contra la violencia de género o por una sociedad más justa y abierta; y creo que, pese a que hemos tenido ejemplos de gobernantas sin compasión como Margaret Thacher, en general, el mundo está falto de mujeres al mando. Nos iría a todos mucho mejor dándole la vuelta aquello de «detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer», cambiar las tornas y poner a la mujer por delante y no sólo en la danza, en los concursos de belleza, en las tareas domésticas, en los comedores sociales, en las catequesis o en la labores decorativas. Es cierto que se ha avanzado mucho, pero aún es insuficiente. 

Yo recuerdo, por ejemplo, cuando apareció Mery Bada, una nueva vecina que venía de Asturias y se presentó en la Asamblea de la Asociación de Vecinos. Era la única mujer entre cientos de hombres y la miraron como quien ve bajar a un ovni. Mery se ganó su puesto en la vida social del pueblo, pero su ejemplo fue una semilla que ha dado lugar a que ahora sean las mujeres quienes llevan adelante todas las asociaciones del pueblo, incluida la Asociación de Vecinos, cuya junta directiva se celebró anoche y ha sido elegido un equipo de nuevo presidido por una mujer y con la mayoría de sus componentes mujeres. Nuestro mundo necesita mujeres al mando, están preparadas para ello, tienen la fortaleza, la inteligencia, la convicción, la imaginación y la perseverancia que son necesarias para la tarea. Al mundo le hace falta una revolución en femenino y lo primero que habría que hacer es elegirlas presidentas de todas las empresas, alcaldesas de todas las ciudades, obispas de todas las religiones y presidentas de todos los países. Les toca, después de tantos siglos, y estoy seguro que un cambio así es lo único que nos puede salvar. 

Hemos de acostumbrarnos a que sean ellas las que manden pero, sobre todo, lo que es inadmisible es que ni siquiera las dejemos ser iguales o, peor aún, permitamos que nadie ejerza sobre ellas la violencia de género. Hemos de trabajar mucho más desde la escuela, en las familias, en la publicidad, en todos los ámbitos públicos, en las televisiones y en el control de las redes sociales. 

Sí, amigos de ‘la libertad’ yo soy de los que piensas que algunas cosas de las redes sociales habría que controlarlas, no me podéis venir con lo de la libertad para todos (para haceros más ricos, para manipular a la gente, para desmantelar lo que es de todos, para mentir sobre los adversarios políticos…). 

No se puede permitir que, en nombre de la libertad, no se proteja a los más débiles ni a los que sufren, escandalosamente, la violencia de quienes mandan despóticamente en el mundo o en una casa. La violencia y la desigualdad son las dos caras de nuestro fracaso.