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Desde el tejado

Belen Unzurrunzaga

Química, por favor

Química, por favor

Todo es una cuestión de química. Cuando nos enamoramos o nos sentimos atraídos por alguien, cuando estamos disfrutando de un concierto, cuando contemplamos una obra de arte, cuando comemos un plato que nos gusta, cuando estamos relajados en algún lugar que nos da paz, como cuando suben a mi tejado, nuestro cuerpo reacciona y genera serotonina, endorfina, dopamina y oxitocina. Felicidad, placer, amor... instantes de química natural que nos chutamos y, por favor, no dejemos de hacerlo.

No me identifico con la gente enamorada, no sé si alguna vez lo estuve, pero esa química que hace saltar chispas cuando estás con la otra persona en el mismo espacio, el corazón se acelera, un simple roce pone la piel de gallina y es difícil mantenerse vestidos, ni confirmo ni desmiento que mis neurotransmisores hayan generado palés de dopamina. Un concierto de Arcade Fire, una noche en BbkLive en Bilbao, el cielo se nos caía encima, empezaba a llover, recuerdo y añoro como me sentí, cómo salté, bailé y canté, mientras mi cuerpo tenía una sobredosis de más dopamina.

Soy una yonki de la pintura del Neoclasicismo, he estado sentada viendo Los Funerales de Atala en el Louvre, perdiendo la noción del tiempo o en el mirador del Monumento al soldado desconocido en Roma, disfrutando de las vistas increíbles de la ciudad eterna, sintiendo relajación, placer, serotonina y dopamina al por mayor.

¿Y qué me dicen al comer? Nuestro cuerpo es sabio y genera placer por partida doble, cuando comemos y cuando llega al estómago; si no engordáramos, sería la leche, pero saben lo qué les digo, que no cambio por nada del mundo; sentarme en la Tavernetta en Madrid, sus mejillones picantes y un prosecco, mientras marchan unos Spaghetti al gambero Rosso, o disfrutar de las delicias de los hermanos Sandoval y cómo me cuida Juan Diego. Es química de la buena, endorfinas y dopamina, pura felicidad y placer. Casa Luis, la Rosario en San Antolín en Murcia, un bocadillo de sobrasada picante y un vermú, o un manojo de habas frescas. La hamburguesa de Iván en el Lamiak de la calle de la Rosa en Madrid y un doble de cerveza. Un baigorri con José Luis en Casa Rufo, en Bilbao a puerta cerrada y esas croquetas de huevo con las que tocas el cielo o un barahonda en la Zaranda en Yecla, un día de Feria con F y su risa contagiosa.

Química que nos anestesia a pesar de todo lo que nos rodea. Probémoslo. Mientras llegan los conciertos y las bacanales me conformo con estos pequeños chutes, química natural en compañía o en solitario.

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