Opinión | A vanguardia

Feria y Farándula

Sacar al perro por la sierra y luego tomarse un quinto y un arroz y conejo con caracoles con los amigos no te convierte en una persona con pocas ambiciones

Permítanme empezar dándoles un consejo: inviertan en borrar sus recuerdos. En serio. La nostalgia se está convirtiendo en el negocio más rentable del mundo, así que inviertan en borrar sus recuerdos. Las grandes y pequeñas marcas, o al menos aquellas más inteligentes, los van a exprimir hasta sacarles todo el jugo que puedan. Así que a darle fuerte al pacharán hasta que no les puedan poner las manos encima y les hagan pagar siete pavos por una horrible versión del Rey León con animales de verdad en 3D o setenta machacantes por un juego que jugaron en 1998 pero con unos gráficos y motor totalmente renovados. No digan que no se lo he advertido.

En fin, yo por mi parte siempre llego tarde a todas partes pero soy un obseso de mis calendarios inamovibles de publicación. Cuando usted lea esto Ana Iris Simón ya no será Trending Topic, pero la verdad es que me da un poco igual porque aún no he leído Feria. Lo tengo en mi lista, pero también soy un obseso de mis calendarios de lectura. Así es uno, en carne y hueso, qué vamos a hacerle. En cualquier caso el debate de fondo, de poso, que a mí me ha llamado la atención (como siempre suele hacerlo) no es el de si la nostalgia se puede confundir con el fascismo (que ahora he entendido lo de llamar ‘nostálgicos’ a los franquistas) o si se puede ser comunista y tener iPhone o cualquiera de las chorradas mencionadas durante estos días. A salvedad de una, claro, que no puedo dejar pasar: quisiera romper una lanza a favor de Pablo Und Destruktion y decir que hay que pecar de estar bastante mal informado para llamarle fascista. Y la falta de información, en un artículo de tropecientas mil palabras (infumable salvo para el ego del autor, por cierto) que cita a 75 autores más que yo en mi TFG me parece bastante imperdonable, permítanme el juicio moral.

En cualquier caso durante estos días se ha movido otro debate de fondo, de poso, insisto, que me ha parecido más relevante, aunque no por ello deja de ser más viejo que el sol: el de si es o no lícito hablar del pueblo cuando uno se ha ido y no piensa volver. Dicho de otro modo, que al final parece que sólo trasciende lo que se escribe del pueblo cuando uno está en el Madrid de los cojones y eso es algo que no hace mucha gracia en según donde. Lo que se escribe del pueblo desde el pueblo acaba por no trascender y no tener ni el más mínimo interés, según se ha percibido estos días. Pero en todas las facetas del debate, además. El ‘triunfar’ en la ciudad de marras se ha convertido en condición sine qua non para tener una opinión con algo de peso, no importa si se reivindica el pueblo desde las tripas o desde la cabeza, ya sea con nostalgia y añoranza o como el que se ha quitado un peso de encima, ya sea desde lo asambleario o el individualismo. No importa. Tu opinión solo es útil si dejaste el pueblo, te fuiste a Madrid y ganaste un Goya.

Reivindicar la sangre y la tierra y hablar de pillarse una parcelita donde vivir retirado con tus churumbeles para compartir luego una foto de la ventana de tu ático en Madrid o salir de cervezas por Malasaña es algo que no terminamos de comprender los que estamos mirando si el terreno aquel que tenía el abuelo en mitad de absolutamente ninguna parte es urbanizable o no.

Pensaba esos días en Panza de burro y Feria, pese a que no tengan nada que ver, como la suerte de diferencia en cuanto a fenómeno literario que son. El primero ha vendido más de 35.000 ejemplares y, necesariamente para ello, claro, ha salido hasta en la sopa en los circuitos específicos más importantes. Sin embargo, el segundo ha llegado a Moncloa. Hay algo en ese Madrid, en conocer a Fulano que te presenta a Mengano y te pone en el estrado, en esa cantidad de ruido y de humo, que nos sigue repeliendo a quienes desde siempre hemos tenido la idea de hacer la maleta e irnos allí a probar suerte pero al final nunca acabamos haciéndolo. Quizá porque cuando el humo se disipa resulta que echas cuentas y estar en boca de Leonore da igual porque Leonore no vende libros pero Granta sí, aunque ésta última no fabrique trending topics y esas cosas que dan cierta pereza vital desde fuera. El ruido siempre ha sido innecesario, creo que esa es la idea con la que hay que quedarse.

Y al final parece que en ese mundo de cifras y estrellas de rock, de salir por Malasaña pero no tomarte la cuarta por si hay que darle la mano a una posible futura oportunidad que no se te escapen las palabras atropelladamente (como te ocurría en el pueblo) hay tantísimos hilos y tantísimos condicionantes que reivindicar la vida sencilla parece pecar de pereza. Y no. Una y mil veces no. Sacar al perro por la sierra y luego tomarse un quinto y un arroz y conejo con caracoles con los amigos no te convierte en una persona con pocas ambiciones. Alejarse del ruido no es malograr oportunidades. Igual que Ana Iris Simón (o cualquiera) tiene el derecho a escribir lo que le de la real gana sin ser menospreciada por ello. Escribir del pueblo desde Madrid está bien, echarlo de menos, volver los veranos allí y ansiar esa paz en tu vida pero luego saber que si una quiere currar en la SER y estar metida en la movida hay que estar en Madrid es algo que no tiene nada de malo si se es consciente, que al final es de lo que se trata. Porque al final es eso, uno hace así con la mano para disipar el humo cuando se ha acabado el ruido de los petardos y solo quedamos personas haciendo lo que buenamente podemos en base a cómo queremos vivir.

En todas partes se cuecen habas, no se crean, hablo de Madrid porque al final el centralismo nos absorbe hasta a los más detractores del mismo, pero al final el ‘problema’ (o mejor dicho, el caso) viene a ser la urbe. Y aquí en Murcia el último grito es reivindicar la huerta y sus raíces pero desde la ‘explosión cultural’ que vive el barrio de Vistabella, ‘el Soho murciano’ para algún que otro cretino. Y uno, que no vive allí tampoco, se pasea por sus calles cuando las visita con las manos a la espalda esperando una vorágine de actividad cultural que le inspire de tal manera que tenga que ir corriendo a un banco a escribir cuarenta y cinco páginas del tirón en el móvil hasta que éste se quede sin batería.

Pero para mí al final Vistabella es donde quedar con mi compañero Santos para echar un quintico en los Cinco Hermanos antes de ir al centro (porque él sí vive allí), aparcar en la margen izquierda de su calle cuando voy a trasnochar en su piso porque en la derecha te cagan las palomas el coche y, en definitiva, un buen barrio si a uno le gusta el centro. Cerca del río, precios relativamente atractivos si eres joven y te da igual que el techo de la habitación se te vaya cayendo encima mientras duermes... ese palo. Un barrio de la ciudad, en definitiva. El centrismo, ya saben. Lo de hablar de la huerta paseando bajo las maravillosas luces led de las farolas de la Circular; algo muy murciano, muy nuestro, muy Ballesta. Muy de la Feria.