Hoy en día uno no puede ser neutral. Esta es una de tantas frases que me dejaron huella la pasada semana en el Teatro Español de Madrid. La obra, Una Noche sin Luna, montaje de Juan Diego Botto y dirección de Sergio Peris Mencheta. Una obra bellísima que nos acerca a la figura de Federico García Lorca en los últimos años de vida incluyendo la noche sin luna en que le mataron.

Salí en silencio, algo sobrecogida, queriendo volver a revisar toda la obra de Federico y a la vez con un terrible peso frío por lo que sufrió; insultos, torturas, represión por su condición sexual y política, siendo asesinado por rojo y maricón. Lo que realmene me asusta es que aquellos años oscuros de polarización política, de guerra y bandos, de ideas nacionalistas (amar la patria porque sí, con una venda en los ojos, señalar y abusar a los que se amaban por ser del mismo sexo) hoy en pleno siglo XXI han vuelto.

Durante el gobierno de Carrero Blanco se desarrolló la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social: hasta cinco años de cárcel o manicomio para homosexuales (me avergüenzo de nosotros). Documentarme para escribirles esta columna me ha provocado mucho dolor al ver que las ideas políticas, la religión y la escasez de cultura han hecho del ser humano algo podrido. A veces pierdo la esperanza de un mundo en igualdad, en que la palabra libertad no sea prostituida como en los últimos tiempos y seamos capaces de respetar al prójimo. Todos los de misa diaria y golpe de pecho deberían tomar ejemplo de la palabra de su Dios: Amaos unos a otros como yo os he amado, pero parece que prefieren apretarse el cilicio en la intimidad por sus pensamientos sucios y oscuros antes que vivir en igualdad y libertad.

No sería hasta la década de los 70 cuando nace el movimiento LGTB en nuestro país y hasta 1977 no se produjo la primera manifestación bajo el lema «Nosotros no tenemos miedo, nosotros somos». En 1995 (han leído bien, 1995) fue cuando se derogó por completo la Ley de Peligrosidad. Y unos años antes, en 1990, la OMS eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. Si esto datos no nos hacen estremecer, debemos estar muertos por dentro. Pienso en los abusos, humillaciones, silencios y vidas de sufrimiento de tanta gente sólo por amar a personas de su mismo sexo, e intentemos por un momento ponernos en su lugar. Intentémoslo.

Aunque a muchos les moleste, España ha sido pionera y abanderada de la lucha de los derechos de las personas LGTB llegando en 2005 a la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo. Más allá de este logro, nuestro país se ha quedado estancado, aunque parece que se ve la luz al final del túnel. Por un lado, falta legislar y que se cumpla la ley en las Comunidades ajutónomas y, por otro, al fin la próxima semana llegará al congreso la Ley Trans, después de varios tira y afloja con el borrador en aspectos fundamentales, que ha sacado las vergüenzas transfóbicas de algunas miembros del Gobierno socialista. Nadie elige ser trans, es una lucha constante y, como parte de la sociedad que son, necesitan que se reconozcan sus derechos y que puedan poner en su DNI quiénes son realmente.

Todo lo que acabo de resumir en unas líneas han sido años y años de lucha y me parece injusto y doloroso el terrible retroceso de mentalidad o la amenaza a la que el colectivo LGTB se enfrentan con Gobiernos como el de Hungría, que ocupaba las portadas y telediarios al aprobar una ley que censura libros y series, defendiendo los valores cristianos y tradicionales en contra de lesbianas, gays, bisexuales o transgénero. Friends o Harry Potter evocan la homosexualidad para el Gobierno de Orban. Acojonante, ¿no creen? La ley intenta erradicar a las personas del colectivo LGTBi como si no existieran. Alegan que quieren proteger a los menores y consideran al colectivo LGTBi pedófilos. Desde aquí digo que a los niños hay que protegerlos de estos energúmenos, sin cultura ni educación.

No olvidemos que Hungría es miembro de la Unión Europea desde 2004 y que es precisamente la UE la que prohíbe toda discriminación basada en la orientación sexual y es considerada una comunidad asentada en valores de respeto e igualdad, por lo que espero que por una vez la UE dé un paso firme al frente exigiendo la eliminación de una ley que va en contra de los derechos fundamentales.

Mañana se celebra el Día del Orgullo y, por desgracia, son muchos los que siguen sufriendo palizas y agresiones en la calle por ir cogidos de la mano de la persona a la que aman. Volvamos e ponernos en el lugar del otro: pensemos en que por dar un beso a nuestra pareja en una terraza, el dueño del bar nos eche; o por tu aspecto físico por ir cogido de la mano de alguien te apalean en la calle. No podemos dejar que campen a sus anchas los del estercolero moral que consideran enfermos al colectivo LGTBi, de los que dicen que éstos no puede tener hijos porque la única unión válida es la heterosexual. Pero no sólo la extrema derecha en Europa es culpable de sembrar este sentimiento represivo y homófobo. Todos aquellos que sin pudor, por perpetuarse en el poder, agachan la cabeza y aceptan la doctrina homófoba para seguir al mando. Son cómplices y culpables de la falta de libertad y derechos de un colectivo cuyos miembros son iguales que ustedes y que yo.

Señores del PP y tránsfugas del Gobierno de la Región de Murcia que van de abanderados del colectivo LGTBI y son tan torpes que invitan al Observatorio a la Universidad Católica, cuyo presidente considera enfermos y amigos de Satanás al colectivo, dejen de hacer el ridículo, están incómodos y sólo quieren hacerse la foto, no les interesa trabajar por la igualdad y hacer que se cumpla la ley. Gobiernan con quienes no reconocen que todos somos iguales y merecemos los mismos derechos. Admítanlo, se han posicionado en el lado malo de la historia, asúmanlo.

Hago mías unas palabras de Federico en la obra citada: «Léanme más, no me hagan homenajes, no saben quién soy, no me han leído en la vida, solo se hacen la foto por quedar bien. Léanme, un pueblo culto tiene voz propia y eso es lo que muchos no quieren».

Ay qué lamento, /qué fuego me sube por la cabeza, / qué vidrios se me clavan en la lengua. /Porque yo quise olvidar / y puse un muro de piedra entre tu casa y la mía. /Es verdad ¿no lo recuerdas? / Y cuando te vi de lejos /me eché en los ojos arena. /Pero montaba a caballo /y el caballo iba a tu puerta./ Con alfileres de plata /mi sangre se puso negra, / y el sueño me fue llenando /las carnes de mala hierba./ Que yo no tengo la culpa, /que la culpa es de la tierra / y de ese olor que te sale / de los pechos y las trenzas.

(Bodas de sangre 1933)