Cuando hace unos años el presidente del BBVA Francisco Sánchez anunció que la entidad apostaría en los siguientes años por la digitalización de sus operaciones y la banca online, parecía un cuento chino de esos que largan los CEOS (antes llamados Presidentes del Consejo de Administración) en las Asambleas Generales para marcarse el pegote de que están anticipándose a la evolución futura del negocio. Para sorpresa de los escépticos, a partir de ese momento, el BBVA empezó a invertir en tecnología, mediante adquisiciones de empresas terceras de base tecnológica o en ambiciosos desarrollos propios. No todo funcionó como se esperaba pero, como consecuencia de esa orientación visionaria, lo cierto es que el BBVA es probablemente uno de los bancos españoles con una app y una web más avanzada y un sistema de banca online de lo más manejable e intuitivo. Como sucede siempre con la tecnología, lo más sofisticado es lo que aparenta ser lo más sencillo. Puedo certificarlo porque mi empresa trabaja con tres de las entidades financieras que quedan de los restos del naufragio de la Gran Crisis. Y por eso puedo comparar.

Quién ha visto y quien ve ahora a los directores de las oficinas bancarias. Había un chascarrillo famoso entre el empresariado acerca de los directores de banco cuando éstos tenían poderes reales de vida o muerte sobre las pequeñas empresas: «Son unas personas que se sacrifican cada día comiendo marisco en restaurantes de lujo para llevar las lentejas a su casa». Yo viví esa época gloriosa cuando me incorporé a la empresa de mi padre, que acabó ganando un pleito por usura al Banco Popular después de acreditar que estaban pagando un 40% de interés por descubiertos en la cuenta. Era la época de las letras de pelota que servían para pagar los descubiertos a fin de mes. En realidad, tampoco era tan escandaloso como suena, contando con que los intereses ordinarios de un préstamo no bajaban del 15% o 20%. Por su parte, como me confesó un alto directivo que llegó a ser director general de una caja de ahorros, las cajas ganaban dinero a espuertas en esa misma época convenciendo a los pensionistas de que bastante ganaban con tener su dinero a buen recaudo en una cartilla con ninguna remuneración apreciable, excepto alguna sartén de vez en cuando. Y eso en la época en la que por los depósitos a plazo se obtenían intereses de dos dígitos. De hecho, las cajas de ahorro se convirtieron durante muchos años en una especie de bazar oriental, regalando baterías de cocina, bicicletas y cuberterías a cambio de domiciliar las nóminas y meter los ahorros familiares a tipo cero de interés o casi en la socorrida cartilla.

stán adelgazando en estructura a marchas forzadas y haciendo EREs como si no hubiera un mañana por el proceso imparable de digitalización que se está viviendo, y el proceso de desintermediación que permite y fomenta el internet en el móvil. Resulta curioso ver lo que está pasando en África, por ejemplo. Con servicios de banca online como los que presta la operadora MPESA, de origen keniata pero ya extendida por gran parte del continente, los africanos se están saltando el paso de la bancarización analógica, con sus oficinas, cajeros y directores de oficina, para operar directamente desde su móvil, con el que acceden a su cuenta, obtienen crédito y transfieren dinero a otros usuarios que también utilizan el móvil.

Lo grave del fenómeno africano es que anuncia un futuro en el que casi todo hijo de vecino quiera mojar en el negocio bancario, empezando por las teleoperadoras y, la amenaza que más temen, siguiendo con los gigantes tecnológicos que tan inocentemente se esconden tras el acrónimo GAFA (Google, Appel, Facebook y Amazon). Y lo que te rondaré morena, porque este proceso de desintermediación no se acaba ahí. Durante la sequía de crédito de la Gran Crisis, muchas empresas aprendieron que la Banca no es la única fuente de disponibilidad a medio plazo para proyectos que se adivinan rentables. El último ejemplo son las temibles SPACS (Special Purposes Acquisition Companies), fondos promovidos por inversores con objeto de crear o controlar una compañía o varias de un determinado sector. Una especie de cheque en blanco para un fondo de inversión finalista, para entendernos. Por no hablar del crowfunding, que merece un artículo por sí mismo.

uieren arrojar al cubo de la basura la tradicional función bancaria de refugio ‘seguro’ (lo escribo con ironía, no sé si nota) para el dinero, de la que extrajeron en el Renacimiento el superpoder de crear dinero de la nada con el multiplicador que supone el crédito y la confianza en que no todos los depositantes reclamarán su dinero al mismo tiempo. No tengo nada de confianza en el futuro de las criptomonedas privadas, que han recibido un golpe que puede ser mortal gentileza de Elon Musk y el Gobierno de Pekin con una diferencia de pocos días. Me refiero a las criptomonedas creadas y respaldadas por los bancos centrales y que harán obsoletas las cuentas en un banco privado cuando pueden estar en el Banco Central con la garantía de la tecnología blockchain.

Definitivamente se comprueba día a día que la Banca comercial ha entrado en un bucle melancólico que augura tiempos muy tristes cuando no su completa desaparición. Ante la pérdida de la rentabilidad por causa de los intereses planos, la Banca ha reaccionado intentando cobrar por respirar, cuando respirar es gratis en la banca online. Y quien dice respirar dice transferir dinero, pedir un crédito para consumo o una hipoteca para comprar una casa. También la reacción histérica de despedir gente y suprimir oficinas indica que los bancos comerciales están dispuestos a sacrificar la calidad del servicio para recuperar rentabilidad desesperadamente. El consuelo es que, cuando todos los empleados de banca se hayan ido al paro y todas las oficinas bancarias estén cerradas, siempre podremos echar mano del móvil, como en África.