Los Reyes de España han entregado esta semana la Medalla de Oro de las Bellas Artes a Paco Martín, pero él no estaba allí. Falleció hace casi tres años, se fue antes de tiempo y seguro que le hubiera gustado recoger han preciado galardón, porque no nos engañemos, a todos nos gusta que elogien y reconozcan nuestra labor y nuestro esfuerzo y, aunque es un gesto de justicia, de poco nos sirve que lo hagan después de muertos.

El festival de La Mar de Músicas de Cartagena aún es joven, pero ha logrado convertirse en poco tiempo en un referente del patrimonio cultural de nuestro país y en un evento de repercusión internacional. Ha sido punta de lanza de numerosos artistas que ahora están en primera línea y ha llevado el nombre de Cartagena y de España por todo el mundo. El festival ya era grande, muy grande, mucho antes de que su creador y director enfermara e incluso recibió algunos reconocimientos de relevancia, pero no puede ser que nos pase tantas veces que premiemos el talento y el ingenio cuando ya es tarde. No puede ser que tardemos tanto en distinguir la valía de lo que nos rodea, que no llegue nunca o que lo haga cuando ya lo hemos perdido.

Esta pandemia es y convendría recordar que sigue siendo una tremenda tragedia, pero también nos ha enseñado algo que sabemos desde siempre, pero de lo que no éramos del todo conscientes: Que lo más valioso que tenemos es el tiempo, pero no solo el nuestro, sino el de todos los que queremos, el de todos los que nos rodean, el de todos los que enriquecen este mundo para beneficio de todos.

Los premios a título póstumo son de agradecer y bienvenidos y sirven para señalar la trayectoria profesional ejemplar y meritoria de aquellos a quienes se los conceden, pero también tratan de resarcirnos de la injusticia de no haber sabido agradecerles y reconocerles sus méritos en vida.

Esto resulta fácil de explicar y de entender cuando hablamos de galardones tan importantes y distinguidos con la Medalla de Oro de las Bellas Artes concedida a Paco Martin a título póstumo, pero también es importante que sepamos tenerlo en cuenta en nuestras rutinas diarias, con nuestros seres queridos y amigos. Porque nosotros no poseemos medallas, premios ni trofeos que entregar, pero sí tenemos mucho que dar y hemos aprendido el valor de las cosas después de perderlas. La crisis sanitaria nos ha cuantificado como completamente incalculable lo que cuesta un abrazo, un beso o una simple charla cara a cara sobre nuestras menudencias.

Hemos asimilado por la fuerza del coronavirus que las distancias separan más que unos cuantos kilómetros y que todos necesitamos un cariño que ignorábamos precisar.

Ojalá que el maldito bicho esté, como parece, de capa caída. Ojalá que los nuevos brotes entre los jóvenes y las nuevas y amenazantes variantes se queden en un susto insignificante. Ojalá que la mascarilla que hoy nos dejan quitarnos podamos apartarla para siempre cuanto antes. Y ojalá no tengan que venir otras mortíferas pandemias para tratar, reconocer y premiar cómo se merecen a quienes se sientan a nuestro lado. Porque nunca sabremos cuántas veces será suficiente decir te quiero.