El paisaje humano de nuestras calles y plazas en esta bendita Región que nos alberga ha cambiado totalmente en unos cuantos días. Hace muy poco, a lo largo de la mañana, podías encontrarte por la calle a hombres y mujeres de sesenta y muchos años en casi su totalidad. Las terrazas de los bares estaban ocupadas por seres humanos de ambos sexos que disfrutaban de la gloria de su jubilación tomando un cortado y ocupando una mesa durante más de una hora sin más gasto que ese café, eso sí, acompañado de un vaso de agua del grifo, ante la desesperación de los camareros que daban saltos de alegría cuando uno de ellos pedía ‘media de tomate, de la parte de abajo del pan, por favor’.

Además, debido al auge de las compras ‘on line’, incluso se ha notado en los mercados y las grandes superficies una bajada en el ritmo de ventas bastante notable. Por otro lado, el personal se ha acostumbrado a comprar víveres una vez a la semana, y se puede observar claramente que, a diario, esos mercados gozan de muy pocos clientes, y es los viernes por la tarde o los sábados por la mañana cuando los matrimonios jóvenes acuden a hacer sus compras, así que lo de la media edad setentona en las calles, cualquier otro día de la semana, es ya absolutamente superponible.

Sin embargo, estos días la vía pública se ha transformado. Por dondequiera que vayas te vas a encontrar a grupos de chicos y chicos muy jóvenes que han acabado ya sus clases en los institutos, aunque algunos todavía tengan algo pendiente de lo que examinarse, gracias a esa bonita ley de Educación en vigor que inventó que los suspensos de junio no vayan a septiembre, como antaño, sino que deben ser examinados unos días después del suspenso, en el mismo junio, con lo que los estudiantes/as apenas tienen tiempo para mejorar sus conocimientos. Dicen que es para que los estudiantes descansen en verano, pero yo, pobre profesor jubilado, no acabo de entenderlo.

Mas, centrémonos en el aspecto humano de nuestras calles, en lo que se ve por las aceras y se escucha, a grito pelado casi siempre, en esas mesas de las terrazas. Todos estos adolescentes se han echado a la calle, ellos con camiseta y pantalón corto, y ellas con camiseta y pantalón corto también, fíjate tú, ellos con unos arreglos de pelo absolutamente sorprendentes: rapado por abajo hasta la raíz, ensortijados bucles en la parte superior como si su cabeza fuera una maceta, o teñidos de rubio en media cabeza y la otra en su color, o moño alto con cola, además, o sin cola, etc. Y ellas con largas melenas que se reparten a ambos lados de su cabeza enmarcando sus bonitas caras y sudando lo suyo porque esas pelambreras imagino que deben dar bastante calor. Si las observas en donde estén –algunas vienen a mi casa porque son mi familia – suelen, de vez en cuando, agarrar su melena, retorcerla, subirla hacia arriba, y volverá dejarla caer sobre sus hombros. Todas se tocan el pelo continuamente.

Y faltan los tatuajes que en estos adolescentes suelen ser discretos: una pequeña araña en la pierna, una flor en el bíceps, un signo sacado de un libro chino que tenía su abuelo en su casa y que no sabe qué significa. Y, según se va avanzando en edad, los tatuajes van creciendo y ocupando más y más piel. Está claro que estas personas, hombres y mujeres, aunque sean más los hombres, amantes de los tatuajes han estado todo el invierno con los jerséis puestos esperando con ansia que llegue el calor y poder quitárselos para que el personal le vea sus decoraciones cutáneas, y que no sea solo su piba, o su pibe, quienes los disfrutan en la intimidad, y así mismo mostrar también la calidad del material, forjado en horas y horas de gimnasio, y ahora disponible a la vista, con la camiseta de tirantes, la mochililla a la espalda, el pantalón corto, el juego de pulseras y la cadena al cuello, en su caso.

En este paisaje humano los mayores ya no se ven, aunque sigan, sigamos, por ahí.

Ellos y ellas, adolescentes y jóvenes hacen que la ciudad parezca otra, más alegre, más llena de vida. Y eso es exactamente lo que nos hace falta, a ver si soltamos el muermo este que nos afecta por todos lados, aunque fundamentalmente a las cabezas.