Acaba el curso, van aligerándose las medidas restrictivas en correspondencia con lo que parece el principio del fin de esta pandemia mundial. Termina la primavera y el verano le toma el relevo, con una luna radiante en su plenilunio. San Juan, aún con la prohibición de las hogueras en su víspera, puso el toque mágico, con un auténtico mar de nubes nocturnas, en una semana marcada por los polémicos indultos a los presos del ‘procés’ —exonerados de forma condicionada—, y por la Eurocopa 2021, pero también por las graduaciones universitarias que el curso pasado hubo que suspender, algunas de las cuales tendrán lugar tras el agujero negro que representó en gran medida 2020.

Aún tenemos que imaginar las sonrisas, ocultas bajo máscaras, intuidas en las miradas de unos ojos que hemos descubierto más expresivos que nunca en aquellos que nos rodean y en los que apenas habíamos reparado antes, arrasados de lágrimas como válvula de escape cuando uno se siente incapaz de contener el dolor o la alegría, como la que embargaba estos días a graduandos y familiares, pero también a los profesores que hemos visto crecer a nuestros alumnos, y somos testigos y notarios de su paso por las aulas.

Las promociones que este año se gradúan se han visto privadas durante un tercio de la duración de sus títulos de la experiencia irrepetible de compartir espacio con sus compañeros, de frecuentar el Campus como lugar físico real, sustituido por escenarios virtuales plagados de dificultades y contratiempos.

La incertidumbre y el desánimo les han acompañado con frecuencia, y confieso que siento no haber estado a la altura de las circunstancias, desbordada en muchas ocasiones por una situación sin precedentes. El miércoles se graduó la IX Promoción del Grado en Filología Clásica de la Universidad de Murcia, y un día después lo hacía la del Grado en Historia del Arte, apadrinadas respectivamente por Pedro Redondo Reyes y Jaime Vizcaíno Sánchez, excelentes profesores, compañeros y amigos. En sus discursos, al igual que en el de las alumnas que tomaron la palabra en representación de su promoción, Isabel Clara Sánchez y Carmen María Pujante, se traslucía, más allá del protocolo propio del acto, la emoción y el agradecimiento mutuo. En uno y otro caso las estudiantes se enorgullecían de haber elegido la mejor de las carreras, y ambas tenían razón, porque, como escribe Safo, lo más hermoso es aquello que uno ama. También hacían referencia a las amistades que se habían forjado y a la confianza puesta en que serán perpetuas. Desde la perspectiva que me dan los años, puedo dar fe de que es posible, pues el afecto que continúa uniéndome a mis compañeros de promoción lejos de disminuir se ha acrecentado con el tiempo. Jaime Vizcaíno les recordaba la visita al Teatro Romano de Cartagena, y a Ovidio, cuyo bimilenario se celebraba justamente el año que iniciaron sus estudios, en 2017, y la necesidad de amar mucho y bien, como el de Sulmona enseña. Pedro Redondo traía a colación las palabras de Séneca el joven, Homines, dum docent, discunt. Los seres humanos aprenden cuando enseñan. Recordó también Pedro las palabras que Salustio atribuye a Apio Claudio el Ciego, faber est suae quisque fortunae (cada cual es artífice de su propia fortuna), y les alentaba a tomar el relevo de ese fuego que ha prendido en ellos y del que son antorchas que encenderán a otros en un futuro inmediato.

Me siento muy orgullosa de estas personas que, como decía Isabel Clara Sánchez, ya brillante graduada en Filología Clásica, «están dispuestas a observar y estudiar el pasado para poder avanzar hacia el futuro», un futuro que se abre ante ellos repleto de incógnitas y también de proyectos y oportunidades.

Jaime Vizcaíno entregó a cada uno de los alumnos de la promoción que bautizó como ‘del acanto’ un pequeño frasco de cristal con semillas de esta planta que inspiró a Calímaco para la elaboración de los capiteles corintios, que germinarán si después de sembrarlas le dedican cuidado y mimo.

Carmen María Pujante, que representó a sus compañeros con un discurso interrumpido por las lágrimas de emoción, destacó el compañerismo, la experiencia compartida y las anécdotas vividas, pese a todo.

En mi corazón quedará el poso de lo que nos ha unido, y al mirar las orlas recordaré esos rostros semiocultos para evitar el peligro del contagio en una época de obligados turnos rotativos, de enseñanza semipresencial y de frías pantallas de ordenador, y esos nombres que el paso del tiempo inevitablemente irá desdibujando de la memoria.

Hoy por fin podremos desenmascararnos, al menos en espacios abiertos. Con ese buen augurio y mi más sincera felicitación a mis alumnos acaba esta sección y se inicia otra en la que bucearé a diario en el significado de una palabra.

Feliz verano.

Gaudeamus igitur.